El manco botánico, envenenador-revolucionario

El manco botánico, envenenador-revolucionario

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
No es lo mismo leer a los veinte años que leer a los sesenta. A los veinte se lee ávidamente, se asimilan en bloque emociones, datos, ideas, construcciones intelectuales; la memoria fija para siempre esos estímulos psíquicos, que se convierten en reserva fundamental de nuestro tesoro interior. Las impresiones más profundas, duraderas y veraces, proceden de ese choque juvenil con las vidas y los pensamientos de otros hombres. Dicho tesoro es, realmente, invaluable. Pero el joven de veinte años no ha vivido lo suficiente para confrontar la lectura con la experiencia.

El transito de la vida va dejando un sedimento, residuo o poso que, una vez decantado, produce una «segunda enseñanza». La llamo «segunda» por oposición a educación primaria o elemental. Es claro que una se asienta sobre la base de la otra y se completan y fecundan mutuamente.

He leído, por tercera vez en mi vida, El reino de este mundo, novela corta montada sobre la revolución haitiana por el escritor cubano Alejo Carpentier. Se trata de un novelista y ensayista al que se le ha dado el mote de estilista barroco. Ciertamente, Carpentier es un escritor palabrero y «palabrista»; pero de una eficacia verbal extraordinaria, de una calidad artística incomparable. Carpentier nació en La Habana, hijo de un arquitecto francés y de una mujer con ascendientes rusos; toda su vida estuvo en contacto con negros y mulatos de las Antillas; es muy conocido por sus investigaciones acerca de la música cubana, del folklore de los negros, en los Estados Unidos y en su propio país; también hay que apuntar que osciló siempre entre dos lenguas: el francés y el español, lo cual podría explicar algunas incorrecciones gramaticales, que son gracias de su manera de escribir.

El catedrático español Andrés Ortiz-Osés es el autor de un aforismo que reza: «Me muevo con gusto entre la sinceridad romántica y el artificio barroco». Ante un caso como el de Carpentier, yo suscribo íntegramente la sentencia de Ortiz-Osés. No quiero decir que Carpentier sea un literato romántico; sin embargo, sus textos, contienen arrebatos de sinceridad izquierdista, expresados con giros anticuados, palabras cultas o súper-abundantes. La atención que presta a la rebelión de esclavos negros en Haití se debe a la concurrencia de varios factores: siendo francés de origen, Carpentier sabe muy bien que la Revolución Francesa de 1789 es la causa remota del levantamiento de los esclavos haitianos, la primera consecuencia de ella en América; Carpentier conoce la lengua francesa tanto como la música, la historia y la poesía de los negros de la Antillas. No hay que indicar que, por razones ideológicas, él simpatiza con los oprimidos, no importa que lo sean por motivos raciales o económicos.

La figura de Mackandal que emerge de la novela de Carpentier es la de un organizador político. Este esclavo es un manco que aprendió los secretos de las plantas venenosas. Había perdido el brazo en un accidente de trabajo: la muerte, en plena faena, de un viejo penco de noria, provoca que su brazo quede atrapado en un trapiche junto a los haces de caña de los que se extrae el guarapo. La amputación del brazo hace de Mackandal un esclavo de bajo rendimiento y es separado del trabajo en plantaciones. Pasa a trabajar con vacas en las fincas de ganado. Es entonces cuando, en un trabajo sin la dureza del látigo, adquiere conocimientos de botánica. Mackandal experimentó, en forma individual, lo que vivieron en conjunto los esclavos de «la otra vertiente», del Santo Domingo español: fue de la plantación a la ganadería. Pudo así pensar, cultivar «una sabiduría», conspirar, sobrevivir a la explotación.

Los boticarios franceses de comienzos del siglo pasado llamaban mackandales a los venenos en general. Mackandal envenena a los franceses, organiza a los esclavos para la insurrección, coordina las señales de los tambores y fotutos de lambies; Mackandal fomenta el mito de la transformación o metamorfosis: se puede ser, sucesivamente, pájaro, culebra, hormiga, avispa, toro, chivo. Mackandal es el prototipo del galipote. El crea la confianza en los dioses negros, el apoyo trascendente que los esclavos necesitan para desafiar a los amos blancos. Papa Legbá es quien puede abrir las barreras para que pasen los esclavos a una vida mejor. Carpentier transcribe en creole la invocación : » Papa Legbá, l»ouvri barrié – a pou moin, agó yé,/ Papa Legbá, ouvri barrié – a pou moin, pou moin passé./ »

Existe hoy un partido político haitiano denominado Ouvri Barrié, que aprovecha la vieja tradición de los esclavos. La novela de Carpentier fue escrita en 1948, en Caracas; pronto cumplirá 60 años. Y así como las puertas que abre Papa Legbá han tenido descendencia política en Haití, las transformaciones de Mackandal han producido herederos literarios en la República Dominicana. Tomás Hernández Franco toma de Carpentier algunas palabras sueltas y la idea de los «teodolitos cleptómanos», de los agrimensores mulatos que se quedan con las tierras de las plantaciones en Haití. El poema Yelidá debe algunas notas a El reino de este mundo. «Por los caminos de la lombriz y de la hormiga» regresaron los dioses blancos, cuando perdieron la esperanza de recuperar la sangre escandinava de Erick vertida ya en las venas mulatas de Yelidá. Los «caminos de hormigas» los descubrió Mackandal mientras recogía hongos venenosos, hojas peludas o el moriviví sensible a la voz. Y Manuel Rueda desarrolló su obra: Las metamorfosis de Makandal, sobre la espalda y la grupa del manco negro de Carpentier. La entrega del poeta Rueda a la fuerza sensual del mandinga envenenador crea una nueva obra de arte, hija legitima de El reino de este mundo.

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