El maquiavelo que conozco

El maquiavelo que conozco

Un intelectual de fuste, connotado Balaguerista, R.A. Font Bernard, a quien me une una grata amistad, heredada de mi padre, escribe sobre el Maquiavelo Ignorado.

Refuta, por una parte, la forma ligera con que personas desconocedoras de la obra del autor de El Príncipe abusan del término «maquiavelismo» o «maquiavélico», referente al «uso del poder político carente de prejuicios y de escrúpulos en el que cualquier medio, incluso el más cruel, es considerado válido en la medida en que se asegura la consecución de un determinado fin»; y rechaza, por tales razones, la aplicación que con frecuencia se le endilga a quien el llamado, -y nadie niega- «el genio político del doctor Balaguer».

Sin ánimo de sembrar una polémica inútil con tan ilustre intelectual y amigo, pero si esclarecedora, pretendo demostrar, con los propios argumentos extraídos del libro del eximio escritor y político florentino que nada de ofensivo y sí de verdadero encierra el hecho de considerar al doctor Balaguer Amparo Balaguer Ricardo, como prototipo del maquiavelismo.

Me valdré para ello, precisamente de las citas que atinadamente para mi propósito transcribe, el articulista como contrapuesta a la conducta política pública del doctor Balaguer autodefinido, como diría Aristóteles, en un animal político, a tiempo completo, para quien la pasión por el poder, similar a la del Conde Duque de Olivares, era su única y verdadera pasión en la vida.

Una primera aclaración se impone: Genio no es sinónimo de bondad o desprendimiento. En la interpretación que quiere aquí dársele es sinónimo de brillantez De gran inteligencia, de facultad extraordinaria para crear o inventar cosas u obras excepcionales. Creo que en ello coincido en no negarle genialidad al venerado Estadista.

Pero ser genio no significa necesariamente ser virtuoso, si le aplicamos al vocablo el sentido moralista. «Una disposición constante del alma para las acciones conforme con la ley moral» Colocado por encima del bien y del mal el genio; como al superhombre de Nietzche, no es la moral universal ni la convencional de los hombres mediocres lo que el detiene.

En la vida política del doctor Balaguer abundan los casos de perversión política. En su afán desmesurado de lograr o retener el Poder Político, Balaguer concibe, organiza, permite, y calla crímenes horrendos, sistemáticos condenables pro razones humanitarias, y justificados por él por «Razones de Estado», o sea por razones eminentemente políticas y personales.

«Como principio axiomático para Maquiavelo -cito al articulista- el éxito lo es todo en la política, de donde se concluye que a tal fin «se prescinde de la moral y no se toma en cuenta la justicia de los demás» Fiel discípulo del consejero florentino Balaguer aplica ese principio, sin concesión, a lo largo de su dilatada carrera política.

En otro de sus pasajes, citando al Príncipe de Maquiavelo, este pensador tan astuto como amoral recomienda que «el Príncipe debe faltar a la fe jurada cuando produzca un mal, y al romperla, debe hacerlo con apariencias de lealtad». «El Príncipe debe valerse de la virtud como de una máscara útil, aunque obre en contra de ella:»

En el arte de la simulación, otra faceta de lo perverso, del engaño, Balaguer, siguiendo tales lineamientos no tiene parangón en nuestra historia. Así se pudo mantener por más tiempo que ningún otro político en el Poder adaptándose a las circunstancias más diversas, pero conservando su leit motiv.

Maquiavelo no recomienda que el Príncipe produzca el malo, (si no es necesario) pero, llegado el caso, que lo disimule, contrariando para ello todo lo que de sacrosanto pueda tener el juramento o el honor comprometido. Para el Príncipe todo es lícito con tal de que no ponga en peligro el reino. Balaguer gobernó, desde la era de Trujillo con ese librito de cabecera, honrándolo letra por letra.

Trujillo fue un gran simulador y no hay porqué negar que pudo estar influido por la casta intelectual que le brindó respaldo absoluto. (Andrés L. Mateo, Mito y Cultura) Todo estadista o jefe de Estado, llegado el momento en que las circunstancias lo exigen, para sobrevivir, preservarse o mantenerse en el poder acuden a la simulación a la falsedad o la mentira. Los actos más crueles y perversos (estoy pensando en Bush Jr. pero sin descartar al doctor Joaquín Balaguer) son concebidos ejecutados y defendidos con teatralidad, con cinismo inigualable: «Sean mis primeras palabras para felicitar… (La Palabra Encadenada).

No hay porque sentirse ofendido. El propio Balaguer, que rehuía de falsos halagos, debe sentirse, allí donde esté, íntimamente complacido de que se le inscriba entre los alumnos mas aprovechados del insigne filósofo creador de una escuela que perdura, el maquiavelismo, que «llama asesino a quien mata prevalido del poder», pero que sabe usar el poder y asesina, corrompe, engaña y disimula si convierte para lograr el éxito en la política tal como la concebió y fue su gran pasión el doctor Balaguer siendo ése el fin último de toda su vida pública.

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