La gente habla claro cuando saben que la muerte está cerca. Sabiendo Jesús que pronto le matarían, enseñó así a sus discípulos: “les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense así también entre ustedes” (Juan 13, 31-33a. 34-35).
Mientras Judas urde su traición y los enemigos de Jesús estrechan implacables su círculo asesino de intrigas, mentira, soborno, poder y violencia, ¡Jesús predica sobre el amor! ¿Habrá sido Jesús el más sublime de los ingenuos?
Amar como Jesús amó, significa no apoyarse en las ventajas, no pactar con el mal, servir a los que no cuentan, no entrar en las expectativas de los poderosos, ni de las masas. Amar al estilo de Jesús, quiere decir apelar a lo que hay de mejor en cada persona, incluso de los enemigos.
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A Judas, el traidor, se lo tragó la noche de la muerte. El Padre resucitó a Jesús, mostrando así la validez imperecedera de su persona y de su mandamiento nuevo. Por eso el Salmo 144 le canta así: “Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”.
Mucha gente de buena voluntad quisiera ver “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Un cielo nuevo, es decir, utopías, creencias, ideales que no promuevan el abuso, la violencia y la exclusión. Una tierra nueva, es decir, secar “las lágrimas de sus ojos”, la muerte, el luto, el llanto y el dolor”. (Apocalipsis 21, 1-5ª).
La tierra nueva no la construirán los buscadores de ventajas de siempre, sino los que se metan a amar como Jesús amó. ¿Quién es más ingenuo, aquél que espera construir una tierra nueva, mientras solo busca su propio provecho, usando marrullas conocidas, mal disimuladas, o quien se atreva a amar como Jesús amó?