El mecanismo de lo circunstancial

El mecanismo de lo circunstancial

Bromista, sardónico, moralejero, melodramático; unas veces cruel hasta el sadismo, otras bondadoso hasta lo cursi, el mecanismo de lo circunstancial es el menos serio entre los elementos deformantes de la humana visión y los humanos pensamientos y cálculos.
A propósito de esto, recuerdo un caso que inicia a finales de 1938 en Berlín.
Los científicos Otto Hahn y Fritz Strassmann, bombardeando uranio con neutrones en su laboratorio, demostraron la producción de isótopos radiactivos de bario. Lograban la “fission”.
Quebrantaban así, por primera vez, la integridad del átomo invisible para los griegos. Se estaba pasando de la transformación atómica del físico neozelandés Lord Rutherford en 1919 a la desintegración del átomo.
Aquí entró en función el mecanismo de lo circunstancial: Lise Meitner, judía austríaca y valiosa colaboradora de Hahn, empezó a ser víctima del furioso antisemitismo nazi. Logró a huir a Copenhague. Allí encontró al famoso danés Niels Bohr, discípulo de Rutherford y ganador del premio Nobel, a quien puso al tanto de los logros de Hahn y Strassmann y él llevó esos conocimientos a Estados Unidos.
Huyendo de la persecución fascista, se había refugiado ya en la Universidad de Columbia el eminente científico italiano Enrico Fermi.
Y así convergen en Norteamérica un escape del nazismo y una huída del fascismo que van a generar una sigilosa e intensa labor sobre esta base por un grupo de eminencias de la ciencia mundial, trabajos que habrían de culminar en la primera explosión atómica experimental, realizada en julio de 1945 en Alamogordo -Texas- y la caída de la primera bomba atómica en agosto de ese mismo año sobre Hiroshima. Así se cierra el caso.
Pero a mi juicio, lo que más entretiene y divierte al mecanismo de lo circunstancial es la deformación de lo que conocemos indirectamente y por referencia, diversión que se manifiesta en un acusado empeño por darnos una falsa impresión de lo que sea.
Los viajeros constituyen un sujeto delicioso para estas travesuras del mecanismo de lo circunstancial. Tan cierta es la afirmación, que más de un autor de libros sobre viajes trata el punto con absoluto conocimiento de causa.
La caricia de un ferrocarrilero holandés a la cabeza rubia de nuestro niño nos hace pensar que los ferrocarrileros holandeses son personas estupendas. Si alguien critica la amabilidad holandesa, saldremos prontamente en su defensa con toda propiedad e indignación por la injusticia humana.
No sabemos cómo son todos los holandeses, pero no podemos evitar la visión del escenario que nos preparó el mecanismo de lo circunstancial.
Hemos escuchado que la cortesía francesa es un mito. Puede que lo sea, pero no podemos borrar el recuerdo de un hotelero y tres taxis parisinos que nos trataron con toda fineza y rehusaron amablemente nuestras propinas. Solo por saber que esto fue un nuevo escenario de lo circunstancial, nos estiramos con fuerza las riendas para no lanzarnos a galope tendido en defensa de los ciudadanos del país de De Gaulle, el vino y los quesos.
A consecuencia de los variados y surtidos escenarios que prepara lo circunstancial, podemos formarnos las ideas más absurdas, deformadas, grotescas, falsas hacia lo bueno o falsas hacia lo malo, sobre cualquier cosa. No importa cual sea su trascendencia magnífica o su pálida insignificancia.
Esperemos que las circunstancias nacionales, el tremendo impacto de lo circunstancial, nos lleve hacia correcciones conductuales de amplio espectro.
Hacia una mejor nación.

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