POR MU-KIEN ADRIANA SANG
A Bruno Rosario Candelier
La obra artística es una creación del hombre dotada de significaciones multívocas. La multivocidad es el fundamento del arte, su nota esencial y distintiva. Un objeto de arte se diferencia de cualquier otro objeto no artístico por su carácter polisémico. Un objeto de la naturaleza se distingue de un objeto artístico.
El primero es sólo posible sujeto de multisignificación, ya que únicamente puede ser perceptible multívocamente si el contemplado está en actitud o disposición anímica para ello. De ahí la famosa frase de que un paisaje es un estado del alma. En cambio, un objeto de arte es necesariamente polisémico porque siempre permite múltiples y hasta variadas percepciones, ya que, por naturaleza, está cargado de muchas significaciones. Desde luego, hace falta tener ojos para verlas. Por este carácter multívoco, se diferencia el arte de la ciencia. El conocimiento científico rechaza dos criterios divergentes sobre un determinado objeto, siempre y cuando se tenga la certeza de la objetividad. Si hay interpretación diversa se debe a que no se cuenta con la certeza científica. Las ciencias desechan las situaciones subjetivas. El arte, no. La objetividad no es la preocupación del campo artístico.
Bruno Rosario Candelier
EL SENTIDO DEL ARTE Y LA CULTURA
Lo conocí cuando entré a la universidad a finales de los años 70. Era uno de los profesores más queridos por los estudiantes de español. Nacido en un mes de octubre del año 1941. Provisto de una sólida formación, gracias a su licenciatura en Educación obtenida en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra), al Diplomado en Periodismo hecho en la Difusora Panamericana de New York, a su Diplomado en Filología Española en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Málaga, al Diplomado de Investigador Lingüístico, y de Profesor de Lengua y Literatura Española realizado en el Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, y finalmente al doctorado en Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid; Bruno Rosario Candelier es un verdadero mecenas de la literatura dominicana.
Su amplia labor intelectual es reflejada en su producción literaria. Ha publicado muchas obras, entre las que podemos destacar: La poesía de Emilio García Godoy (1975), Lo popular y lo culto en la poesía dominicana (1977), Juan Bosch: un texto, un análisis y una entrevista (1979), Ensayos críticos (1982), La imaginación insular: mitos, leyendas, utopías y fantasmas en la narrativa dominicana (1984), Premio Siboney de Ensayo, Ensayos literarios (1986), La creación mito poética: símbolos y arquetipos en la lírica dominicana (1987), Premio Siboney de Ensayo, Historia y mito en Compadre Mon (1988), Tendencias de la novela dominicana (1988), La narrativa de Juan Bosch (1989), Ensayos lingüísticos (1990), Valores de las letras dominicanas (1991), Poética interior (1992), El movimiento interiorista (1995), El camino del poder (1996), La búsqueda de lo absoluto (1997), El sentido de la cultura (1997), El sueño era Cipango (1999), Coloquio literario (2000).
Durante varias décadas ha venido desarrollando una ingente labor como crítico literario, promotor cultural en todo el país a través de la formación de grupos, talleres, coloquios, conferencias y congresos. Pero su mayor logro como mecenas fue la creación en 1990 del Movimiento Interiorista, que reúne a cientos de escritores de todas las edades y de todos los rincones del país.
Hace como 8 años, participé en uno de los encuentros del Movimiento. Fui invitada por él para hacer una reflexión sobre el taoísmo como filosofía, a partir de una serie de artículos que había publicado en la prensa nacional. La tertulia-encuentro tuvo lugar en La Romana en el paradisíaco Casa de Campo. Durante los próximos años seguí la trayectoria del movimiento Interiorista con atención, pero no había vuelto a participar en ninguna reunión. Recientemente tuve de nuevo la experiencia. Rafael y yo nos trasladamos el sábado pasado a Montecristi. Se había preparado un coloquio sobre mi libro ¡Yo Soy Minerva!. El otrora salón de las clases altas de ese pueblo norteño y fronterizo, Club del Comercio, fue el escenario del Encuentro Literario del Ateneo Insular.
Llegamos a la hora indicada. Allí estaba Bruno y su grupo. El salón se llenó con estudiantes, profesores y lugareños interesados en la cultura. Salvador Gautier me presentó con un trabajo muy interesante, luego Bruno Rosario hizo un análisis literario del libro y finalmente, tres actores profesionales escenificaron de manera brillante algunas de las escenas del monólogo.
Al terminar el acto, nos fuimos a la casa de Cursillos. Hacía más de 20 años que no la pisaba. Esa casa era un lugar muy frecuentado por mí en mis tiempos de cursillista y militante de la pastoral juvenil. Una cena abundante y sencilla nos esperaba. Nos invitaron a dormir en el lugar. Después, se hizo una tertulia poética donde se leyeron poesías de los miembros del Ateneo. Yo me atreví, por primera vez, a revelar mi secreto. Salvador Gautier leyó mis poemas. Después, otros se motivaron y leyeron sus poemas. Fue una noche mágica, a pesar de los mosquitos, de la incomodidad del lugar y la escasa luz que alumbraba el pequeño salón.
Cuando regresamos, le dije a Rafael que este grupo de gente era valiosa. Cada mes el Ateneo Insular se reúne en un lugar distinto del territorio nacional, desde Montecriti a Higuey, de Puerto Plata a Barahona, por los cuatro puntos cardinales, los amantes del arte y la literatura se desplazan para tertuliar. Todos, un grupo compuesto por más de 20 personas, costeándose los costos de su transporte y estadía, visitan cada pueblo, hacen Encuentros Literarios y se reinventan cada vez, porque se escuchan, se critican positivamente y se renuevan. Más aún, los poetas, cuentistas y novelistas de los pueblos, encuentran en el Ateneo su espacio natural para seguir su obra creativa sin quedarse en el ostracismo y el olvido de una sociedad que solo se mira a través de la capital. Enhorabuena Bruno!!!!