El medicamento equivocado

El medicamento equivocado

Altagracia Zabala, hermana del policía misteriosamente asesinado en las inmediaciones del Mirador Sur, llevó este domingo pasado su hija al hospital Vinicio Calventi, aquejada de un fuerte malestar en la garganta.

-¿Qué tiene? le preguntó la doctora que la atendió justamente a las 8:30 de la mañana.

-No ha dormido toda la noche por la dificultad para respirar-le contestó.

Altagracia es una pobre mujer que desde su uso de razón se ha ganado siempre la vida trabajando en casa de familias.

Con una paletilla en las manos, la doctora observó el color rojizo de la garganta. Tiró al zafacón el instrumento usado y, luego, se sentó en su escritorio.

Sobre un recetario puso un nombre en letra de médico y le señaló que le diera a la pequeña la pastilla indicada.

No había transcurrido mucho tiempo cuando la menor empezó a sudar profusamente y sentir como si estuviera muriéndose poco a poco.

En su razonamiento escaso en cuestión de medicina, la madre pensó que eran todavía los estragos del mal.

Pero vencida por la angustia de la niña y la poca mejoría, retornó ya casi a la media noche al centro. Esta vez le atendió otro galeno quien se alarmó al ver lo que le estaban suministrando a la paciente.

Era una pastilla de la presión para adulto y para bajársela.

Del Calventi mandaron la madre al Marcelino Vélez Santana, donde informaron que un poquito más de la dosis y la niña hubiera quedado dormida para siempre.

No era la primera vez que algo así le ocurría a esta madre sin nombre y sin apellido en un país que para muchos no es más que, como dijera Gabriel García Márquez en una de sus obras, es solo un “moridero de pobres”.

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