El médico legista

El médico legista

ÁNGELA PEÑA
El mismo dolor, la impotencia, el desconsuelo, la rabia, el sufrimiento que embargó a los padres del alumno del colegio New Horizons fallecido en un accidente de tránsito, ante la espera del médico legista que no llegaba, invade a diario a decenas de deudos atravesados por la impaciencia y el martirio al ver tendido los cadáveres de sus parientes sin poder levantarlos, impedidos de transportarlos para su reposo digno, por la misma causa: el médico legista no aparece.

La República Dominicana está tan adelantada en tecnología que puede competir con las naciones más desarrolladas. Lo que pasa en cualquier parte del mundo se sabe aquí en segundos, gracias a la magia de Internet,  telecable, los teléfonos residenciales y celulares, la televisión, la radio, las agencias de prensa y otros recursos modernos. El país, sin embargo, sigue siendo en muchos aspectos un campo con luz o, para ponerlo en términos más contemporáneos, una aldea virtual en la que parece que todo está pendiente pese a tantas computadoras y sofisticados aparatos.

¿Cuántos médicos legistas hay en Santo Domingo? ¿Dónde están sus oficinas? ¿Cómo se comunica el pueblo con ellos? ¿A qué institución hay que dirigirse para localizarlos? ¿Cuáles son sus nombres? Según estadísticas recientes, la Capital ocupa el primer lugar en accidentes de tránsito y en la mayoría, lamentablemente, hay muertes. Cada vez que se reporta un caso, el final de la crónica es prácticamente invariable: «el cadáver permaneció interminables horas en el pavimento a la espera de un médico legista».

Los parientes a veces llegan de pueblos del interior, de Nueva York, Miami o Puerto Rico ante las tristes noticias de sucesos de esta naturaleza, y acuden al lugar del hecho a velar a las víctimas mortales porque no ha sido posible llevarlos a la casa, a la funeraria, al hospital, debido a la falta de un médico legista que las levante.

Hace unas semanas la Junta Directiva del New Horizons reaccionó indignada porque un hijo de su comunidad murió trágicamente y los padres estuvieron casi cinco horas frente al cuerpo yaciente, sin poder recogerlo para limpiarlo, vestirlo decorosamente, llorarlo en el entorno familiar, orar por su alma sin las preguntas necias del transeúnte curioso, prepararle a tiempo la cristiana sepultura. La pérdida de una vida tan joven impactó a la institución tanto como el angustioso drama de los familiares desesperados por la inesperada partida y por tener que presenciar por tiempo tan prolongado, a sol o lluvia, el fruto de su amor en semejante estado de abandono. Sólo quienes han pasado por esta circunstancia conocen el significado de este tormento.

¿Hay un solo médico legista para toda la población? Y si hay más de uno ¿dónde es que viven o trabajan? ¿A qué otras funciones se dedican? ¿A cuáles lugares tan apartados viajan? ¿Cuántos casos atienden a la vez? ¿Es que se ocultan para que no los molesten? ¿No tienen un móvil en esta época en que hasta el chinero de la esquina vive hablando por un celular? ¿Se esconden para que no los acosen levantando cadáveres? ¿Están cansados, en huelga o cambian constantemente de domicilio y de número telefónico? ¿Con qué brujo es que hay que hablar para conseguirlos? ¿Son tan mal pagados que no se toman en serio su trabajo? ¿Por qué en un país de tanta modernidad hay semejante atraso en este aspecto? ¿Qué es lo que pasa que ese problema tan viejo y recurrente no se ha resuelto? Hace años que estas preguntas laten en la mente de los dominicanos frente a sucesos similares. Se desvanecen y vuelven a surgir ante cada nuevo lance, como éste tan reciente del estudiante del New Horizons.

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