El menor como enemigo

El menor como enemigo

El consenso parece unánime: hay que modificar la legislación penal y de menores de edad de modo que los menores que delinquen no puedan prevalecerse de su minoría de edad para escapar al peso de la ley y de la justicia.  Desde legisladores hasta funcionarios judiciales, pasando por comunicadores y personalidades, todos coinciden en esta necesidad. Las únicas voces disidentes son las de UNICEF, Hogar Crea, Casa Abierta y unos cuantos juristas especialistas en la materia. Son voces que claman en el desierto porque la decisión parece tomada: basta ya de ñoñerías, que ningún supuesto niño quiera venir a beneficiarse de su edad para atropellar los derechos de los demás.

No podía ser de otro modo. La dominicana es una sociedad asustada. Una hipersensibilizada percepción de los riesgos, el uso político del valor de la seguridad ciudadana y la prevalencia del discurso del Derecho penal del enemigo solo pueden conducir a la exclusión de los menores de edad de la protección jurídica y a su consideración como no personas, no ciudadanos, enemigos a quienes no se les puede aplicar la ley ordinaria sino la ley de la excepción. El nuevo enemigo es el menor de edad, con la agravante que los menores son el único colectivo social en la historia de la humanidad que no puede asumir su defensa por sí mismo. En otras palabras, ¿quién defiende al menor frente a su exclusión no solo social sino también jurídica?

Esta exclusión jurídica es precipitada por un aparato mediático que suministra una visión simplificada y superficial de la realidad social. Este aparato exige y promueve políticas de seguridad, inmediatas y eficaces, que toman en cuenta más la necesidad colectiva de seguridad que el deber de proteger los derechos de todos, incluyendo los menores de edad. De este modo, la idea de protección y educación de la infancia vulnerable que está detrás de la legislación del menor se ha ido sustituyendo por una doctrina del miedo que presenta a la infancia como peligrosa.

Atrás queda el interés superior del niño que es la base de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños y de nuestro Código de Niños, Niñas y Adolescentes. Este interés exige tener en cuenta el delito cometido y una pluralidad de factores psicosociales que inciden en el delito y que modulan la responsabilidad del menor. Lo importante ahora es apaciguar la alarma de la gente, asustada ante la percepción de aumento de la inseguridad ciudadana, y disuadir a los menores criminales en potencia. Se pone en jaque así los cuatro ejes de la protección internacional del menor: la desjudicialización (el menor delincuente para los tribunales), la descarcelización (el menor delincuente para prisión), la descriminalización (el menor sí comete crímenes) y el debido proceso (ninguna libertad para los menores enemigos de la libertad).

Ya no se trata de corregir o reeducar al menor. Este es un delincuente incorregible: no hay que dilapidar recursos en reeducarlo, lo que hay que hacer es neutralizarlo, por ser un enfermo o un peligroso que erosiona las bases de la convivencia social. Se trata de una lógica de la excepción, de la emergencia, legitimada en el consenso mayoritario de los partidos y de una opinión pública sedienta de presuntos culpables. La sociedad del miedo  no quiere escuchar razones ni está dispuesta a aceptar los riesgos de la reincidencia. La única solución es la privación de derechos antes del juicio y el internamiento en centro cerrado. Basta ya de justicia light. En medio de una esquizofrenia punitiva, hay que apaciguar el sentimiento de desazón social ante la imposibilidad de erradicar el crimen. Debemos mandar un mensaje claro: el menor criminal es un enemigo de la paz social y de la tranquilidad de la familia.

A quienes, sumidos en el más irresponsable populismo penal, quieren considerar al menor como enemigo, solo les pedimos que, como afirma Hilberg, no olviden “que la mayor parte de las personas que participaron del genocidio, no dispararon rifles contra niños, judíos ni vertieron gas en las cámaras. Muchos de los burócratas redactaron memorándums, elaboraron anteproyectos, hablaron por teléfono y participaron en conferencias. Destruyeron a mucha gente sentados en sus escritorios”.

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