El pasado martes 27, el presidente Danilo Medina leyó un discurso de rendición de cuentas y buenos propósitos, con motivo de los primeros cien días de su gobierno.
Fue un discurso bien estructurado, para impresionar positivamente la población; que puede tener varias lecturas, como la gobiernista a ultranza, a tono con el rimbombante título de la Ley del paquetazo tributario, y la más afín a la oposición, que califica de decepcionante la totalidad del mensaje.
La lectura que yo le doy es que se trató de un intento, hábil aunque insuficiente, de crearse una imagen de reformador, sin compromisos con el estado de cosas que ha prevalecido en el país bajo el liderazgo de su predecesor, jefe de partido y esposo de la Vicepresidenta de la República.
La revolución pacífica y democrática que anuncia el Presidente, expresión ya utilizada por su antecesor, no puede ser resultado de los buenos deseos del Presidente y de técnicos bien intencionados, porque depende de la actitud del colectivo que gobierna y de los propios gobernados, cosa difícil de obtener reteniendo un gabinete en su mayoría corresponsable de los desmanes de Fernández, con una clientela política acostumbrada a usufructuar los recursos del Estado.
Plantear el borrón y cuenta nueva como hace el Presidente, con el enriquecimiento ilícito masivo sin investigar, ni perseguir a los responsables, que forman una tupida red de complicidades civiles y militares de corrupción y extorsión que hoy cubre todo el país, la frontera, los puertos y aeropuertos tanto formales como informales; es una tarea casi imposible, aun suponiendo las mejores intenciones.
Independientemente de ese escollo, creo que los cambios planteados por el Presidente están en general bien orientados hacia la solución de varios de los grandes problemas del país: eliminar el analfabetismo y el atraso educativo; promoción de la salud y la seguridad social, el fomento de la producción y el empleo, reforma policial, incremento del turismo, eliminación de superestructuras innecesarias, control de irregularidades en obras públicas y caminos vecinales, etc.
No se puede establecer una política de real austeridad si se eliminan apenas pequeñas oficinas, trasladando a los peledeístas a otros destinos, y se dejan intactas las botellas que superan los 600,000 empleados, más de la mitad inútiles; y más de 1,000 cargos diplomáticos y consulares, muchos de ellos con incumbentes viviendo en el país.
Tampoco se comprende cómo se puede mantener en la impunidad a tantos delincuentes, y ni se menciona la pesada carga de los déficits de energía que han creado tantos millonarios y mantiene postrada a la economía dominicana, y los monstruosos privilegios de altos funcionarios, que devengan salarios y emolumentos hasta más de cien de veces los de sus empleados, mientras la mitad de la población se consume en la pobreza y precariedades elementales.
¡Ojalá que el Presidente Medina encuentre el camino para enderezar la situación que enfrenta, que abra las puertas de la participación política, económica y social, que permita la recuperación democrática en paz, y que muchos jóvenes y no tan jóvenes no contaminados por el afán de poder y riquezas, salgan al rescate del destino dominicano en la presente coyuntura!