El merengue de Hipólito

El merengue de Hipólito

Todos recordarán el merengue de Toño Rosario que tiene un coro que reza «Hipólito acabó con tó», que se difundió mucho en los días previos a las elecciones del 16 de mayo del 2000; así mismo tendrán en su memoria que se produjo un escándalo periodístico porque alguien, en una provincia del Este del país, estaba apresando a quienes lo tocaban y tengo entendido que clausuró un establecimiento por ese motivo.

Pues resulta que ahora los que, como yo, pensamos que el ingeniero agrónomo Hipólito Mejía sería el presidente «distinto que todos esperábamos y lo vemos haciendo un gobierno totalmente diferente a lo prometido, pensamos que ciertamente Hipólito acabó con tó.

Primero acabó con la idea de un presidente austero, que no malgastaría el dinero del pueblo en viajes turísticos que no reportan ningún beneficio directo o indirecto a los pobres del país; acabó con el pensamiento de aquellos que creían que los apagones pasarían a la historia; acabó con la ilusión de los capitaleños de que habría un gobierno central que junto al gobierno municipal enfrentaría los problemas de basura, drenaje pluvial, pavimentación de calles y señalización que tenía la ciudad capital.

Acabó con el principio de que el Estado debe velar por la salud de sus ciudadanos con la aprobación del disfraz que la globalización ha puesto a la privatización de los servicios de salud llamándolo proyecto de seguridad social; acabó con la fe que se tenía en que enfrentaría con energía la corrupción cuando permite que se «activen» y «desactiven» expedientes conforme al interés político-partidario del momento.

Acabó con la imagen de hombres enérgicos frente al incumplimiento de sus subalternos al permitir que funcionarios de su gobierno se promovieran desde el principio de su gestión como candidatos sin arrancarles la cabeza como muchos pensaban; acabó con la proyección de nacionalista que proclamó en varias ocasiones favoreciendo un endeudamiento externo sin precedentes con préstamos que empeñan la economía y la soberanía nacional hasta los pantaloncillos de nuestros biznietos; acabó con la tesis de «buen gerente de equipos» porque el consenso público ha establecido que la mayoría de sus ministros dan muestra de deficiencias e ineptitudes y los que parecen ser mejores son aplastados por el autoritarismo presidencial y la poca receptividad del presidente a sugerencias; acabó con la teoría de que obligaría a los más poderosos a ceder parte de sus ganancias para los más pobres, puesto que no ha podido evitar que las leyes impositivas sean finalmente verdaderos verdugos para la gente del pueblo a quienes los empresarios no solamente les suben los precios, sino que además los cancelan o despiden de sus puestos de trabajo en atención a que deben pagar más impuestos.

Acabó con el planteamiento de que favorecería una «justicia independiente» al ceder ante presiones partidarias para recomponer la Suprema Corte de Justicia; acabó con el poquito de esperanza que se tenía en encontrar un hombre de palabra» que ciertamente pusiera «primero la gente» y finalmente destruyó lo poco de confianza que quedaba en las elecciones como acto solemne de fortalecimiento de la democracia y dejó como resultado un sentimiento colectivo de «chercha» electoral periódica, pues en estos momentos nuestros perredeístas están interesados en participar en la convención de su partido para votar por Hipólito para dos cosas: primero, para que Leonel gane más fácil y segundo, para darle al torneo electoral un poco más de sabor gozando con las ocurrencias cómicas de un candidato gobernante que ha demostrado ser más caricaturesco que Cantinflas, los Tres Chiflados, Charlie Chaplin, el Gordo y el Flaco, Pildorín y Pololo juntos, con la diferencia de que a ninguna de estas glorias de la risa colectiva se les ocurrió coger de relajo la fe y la esperanza de ningún pueblo.

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