El Merengue en el mercado internacional

El Merengue en el mercado internacional

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Los organizadores del Primer Congreso Internacional de Música, Identidad y Cultura del Caribe, que se desarrolló en ese idílico Centro Cultural Eduardo León Jiménez, en la histórica ciudad de Santiago de los Caballeros, me honraron con invitarme como uno de los participantes, por lo que les agradezco infinitamente, en especial a mi amigo por largo tiempo, Darío Tejeda, uno de sus artífices.

Por interés de la editora de Espectáculos Hoy, en la presunción que puede serlo también para nuestros lectores, compartiremos en dos partes, nuestra ponencia, que está basada en nuestra experiencia como periodista de espectáculos de agencias internacionales como Upi, Efe y Reuter por más de 25 años, la historia como yo la vi, y de ninguna manera como musicólogo.

Como todo ritmo bailable, el merengue inicialmente estuvo dirigido a divertir a los dominicanos dentro del país y a los que emigraban a otras partes del mundo. Era una especie de atesorado secreto nacional y sus cultores estaban felices de que así fuera. No les quitaba el sueño en lo más mínimo que los suizos, los franceses o los argentinos no supieran de sus cadenciosas notas y sus sensuales movimientos en la pista de baile.

Además, la estructura musical tradicional seguía parecida a la de la era de su apogeo, durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, quien a pesar de su sangriento período en el poder, fomentó las actividades artísticas nacionales e internacionales. Al parecer, los músicos dominicanos no se atrevían a meter mano a un producto ya probado con fines experimentales. Total, era un producto de consumo interno hecho por dominicanos y para dominicanos.

Pero con el tiempo surgieron compositores y arreglistas que tuvieron la osadía de crear otras variaciones del merengue, apartándose un poco del estilo que habían impuesto las legendarias orquestas Santa Cecilia y San José, las que se caracterizaban por contar con un amplio número de músicos que proporcionaban un sonido, al estilo de las grandes bandas norteamericanas de la época.

De esta forma, fue naciendo un merengue de fusión—como se llamaría hoy en día—que por supuesto, a los tradicionalistas no les gustó nada, pero que luego fueron aceptando paulatinamente tras escucharlo insistentemente en las radioemisoras locales o en los centros de baile.

A principios de los años 80 es que comienza a notarse la difusión internacional del merengue, cuando las grandes compañías disqueras vieron que podían mercadear este nuevo producto más allá de las fronteras dominicanas porque el sonido era menos típico, más cosmopolita.

A través de mi experiencia personal, la primera figura que vino a romper el molde fue Yuly Mateo, «Rasputín», quien fue contratado por el sello multinacional CBS –hoy Sony Music–, dirigido en ese entonces en Santo Domingo por el cubano Angel Carrasco. En esa época yo vivía en Nueva York y me llamó la atención cuando recibí por correo un disco de 45 revoluciones por minuto de este virtuoso músico quisqueyano. El tema de promoción se titulaba «Oye» y la disquera se encargó de hacerlo sonar en toda América y Europa, con el consabido éxito. Todavía constituye un pilar del merengue en el plano internacional.

Poco después de «Rasputín», CBS contrató al Gran Comprés y allí se inició una nueva era para el contagioso ritmo dominicano. Pero los cambios no se limitaron a la estructura musical del merengue, sino que también cambió la imagen de los músicos, cuyos uniformes de entonces resaltaban los colores fuertes y chillones.

Aramis Camilo, por ejemplo, revolucionó el vestuario de los miembros de su banda, poniéndoles trajes de astronautas, vaqueros y de otras formas, sorprendiendo más aún al público. En los famosos carnavales del merengue que organizaba el empresario José Tejeda en Nueva York en el mes de febrero, el mes de la Independencia Nacional, Camilo siempre era el que ponía la nota alta con sus elaboradas presentaciones. Años más tarde surgiría el grupo Village People, cuyos integrantes también recurrían a uniformes de policía, vaqueros y hasta marineros en sus actuaciones personales.

Nadie puede decir que los estilos de «Rasputín» y Camilo tenían olor a campo o a barrio de la capital, como los merengues más antiguos. Ambos fueron pioneros del nuevo merengue que conquistó a los dominicanos jóvenes y a personas de otras nacionalidades, como se podía comprobar en los teatros donde se montaban los carnavales del merengue.

«Oye», además, sería uno de los temas principales del grupo mexicano Garibaldi, quienes actuaban regularmente en la poderosa cadena Televisa y lo popularizaron en todos los lugares donde se veían programas como Siempre en Domingo. Años más tarde agregarían otro merengue a su repertorio: «La ventanita», que lanzó originalmente a la fama Sergio Vargas. Aunque las coreografías de sus bellas integrantes no correspondían a las que estábamos acostumbrados a ver en las de las agrupaciones dominicanas, esa estilización ayudó a que el merengue se expandiera más rápidamente de lo esperado.

Otro de los que contribuyó determinantemente a la internacionalización del merengue fue Bonny Cepeda, quien le agregó elementos del rock a sus creaciones, especialmente «Asesina», donde experimentó con los coros, dándoles una armonía de voces que lo hacían sonar distinto a los otros grupos.

Pero la clave de la internacionalización del merengue fue la prensa. Si el mensaje no se difunde, no puede llegar a su objetivo. La prensa se encargó de llevar a todos los rincones del mundo la noticia de que la música popular tenía algo nuevo que mostrar.

Personalmente, me siento responsable de haber desempeñado un papel clave en este aspecto, como pueden atestiguarlo colegas dominicanos de la época como Carlos Batista, Joseph Cáceres, Miguel Angel Herrera, Zoila Puello, Cristián Jiménez, Fanny Santana, Juan TH y muchos más, motivo por el cual fui invitado para participar en este congreso sin precedentes y que espero se repita por muchos, pero muchos años más.

Continuará…

 

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