Como han advertido certeramente algunos estudiosos de la filosofía que se esfuerza con comprender y entender la naturaleza y la condición humana, el método reduccionista no siempre permite dictaminar acerca de la realidad social y situarla en su justo contexto y circunstancia.
Esto tiene una particular significación cuando se trata de juzgar las ejecutorias en materia política desde la esfera gubernamental, donde entran en juego tantos factores, intereses e imponderables fuera de control.
Tan contraproducente resulta tratar de resaltar una gestión gubernativa en base a la reducción de determinados elementos como a aplicar el mismo mecanismo en sentido contrario, o sea para llegar a la crítica selectiva, insuficiente y bordear la descalificación.
Juzgar los dos primeros años del presidente Danilo Medina en base a sus logros indiscutibles en materia educativa y en la lucha contra el analfabetismo y en las deficiencias que aún existen en algunas áreas de la administración pública no permite una valoración justa de sus esfuerzos y ejecutorias en diversas áreas.
Sus más acervos críticos no pueden dejar de reconocerle su resuelta decisión a hacer de la educación, una formidable herramienta para el desarrollo del país, pero incurren en el error de aplicar un cuestionable reduccionismo en una visión pretendidamente global de su gestión.
Por ejemplo, se pretende exigirle que resuelva, de forma repentina, problemas que arrastramos desde hace décadas como las deficiencias en el sistema energético y que ponga freno a la incidencia del crimen y la delincuencia, cuando bien sabemos las complejidad de elementos y desafíos que envuelve todo esto para cualquier gobernante y sus autoridades.
En ese sentido es que se advierte el cuidado que materia de filosofía reduccionista se debe observar para evitar utilizarla de forma radical, siempre tomando en cuenta que, por su naturaleza, son ejercicios parciales, no totales.
Fuera de teorías y argumentos a favor en contra, si nos atenemos al alto nivel de popularidad que Danilo disfruta en la mitad de su gestión, a pesar de los problemas que aún persisten, es claro que un segmento apreciable de la población aprecia su enfoque y trayectoria de Estado.
Es probable que esta valorización haya sido influida por algo que quizás no sea tangible o susceptible de una medición, pero que se percibe y valora, como el nuevo estilo de gobierno que ha impuesto con su sencillez, su cercanía y trato franco y cálido con la gente, sin poses ni demagogias.
Las visitas sorpresas a diferentes comunidades de toda la geografía nacional, aun las más recónditas y carenciadas, para palpar sobre el terreno sus necesidades y escuchar de viva voz los sentimientos y expectativas de sus moradores, le han conferido respeto y genuino cariño.
Aunque cuenta con colabores muy cercanos e identificados con su filosofía política y social como el ministro administrativo, José Ramón Peralta, el Presidente no quiere que le cuenten, que le presenten panoramas arreglados y por eso sacrifica lo que podrían ser días de merecido descanso para dedicarlos en los fines de semana a llevar aliento y esperanza a pequeños productores que no tienen acceso al crédito.
Algo sumamente importante y que habla bien de su firmeza autenticidad, es la forma en que ha subrayado una y otra vez que los préstamos que concede no son un regalo y que los beneficiarios deben honrar los pagos para que otros productores puedan beneficiarse.