El Metro, a menos

<p>El Metro, a menos</p>

FEDERICO JOVINE BERMÚDEZ
No recuerdo el nombre del articulista que hizo que me reverberara hasta el subconsciente cuando en un trabajo destinado a burlarse de la súbita importancia que para los dominicanos había pasado a desempeñar “el Metro de la ciudad de Santo Domingo” introdujo esta perla, “El Metro era una necesidad tan importante, que ningún dominicano la sentía como tal”.

O fue tal vez que alguna otra pluma esgrimida desde el absurdo como arma a favor de dicha construcción que quería presentarnos como si fuéramos un pueblo que despojado de la memoria esgrimía constantes negativas a que Balaguer construyera. Sin aclarar que a lo que las personas sensatas se oponían era a la falta de planificación y de diseño, a las fallas de construcción y a la existencia de presupuestos amañados, así como a la colosal corrupción que rodeaba todo lo que era tocado por la mano de un hombre que debe figurar como la génesis de nuestras dislocación social y urbana.

Y no es por decirlo pura y simplemente, ahí están como pruebas tangibles una serie de aberrantes proyectos envejecidos en unos pocos años: Honduras, Las Caobas, el Invi, la ampliación de la avenida Méjico, creados como abscesos de fijación para grupos de pocos ingresos en áreas destinadas al crecimiento de una ciudad que vio perder sus mejores posibilidades de desarrollo urbano, de manos de la trasnochada visión populista de un gobernante enfermo de poder que corrompió todo su entorno ético.

Es falso de igual modo que las personas se opusieran sistemáticamente a la construcción de los elevados y de los túneles; empero, todo el que tenía dos dedos de frente se asombró de que se cometiera la barbaridad de construirlos en dirección este-oeste cuando era más rápido, más efectivo y más barato, construirlos de sur a norte, tal y como se hiciera con los del Mirador, construyendo cuantos fueren necesarios para agilizar el tránsito luego de eliminar los semáforos en los llamados cruces de desahogo. Por no haberlo hecho de este modo aún estamos padeciendo quizás para siempre las consecuencias de la ingobernabilidad del tráfico rodado.

Igual a como nadie ha podido ser convencido de la necesidad, la importancia y la idoneidad que justificaran la planificación, el diseño y la construcción de la aberrante garganta abierta en la autopista de Las Américas, cuando era más fácil encontrar la solución demandada a partir de un diseño basado en la habilitación de soluciones secundarias (marginales) con tréboles viales y puentes peatonales integrados, de esa manera se habrían evitado las penurias y los peligros en el manejo de accidentados graves y de los enfermos y sus familiares para acudir al hospital Darío Contreras, por ejemplo.

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