El Metro, el burro y la arrogancia del poder

El Metro, el burro y la arrogancia del poder

ROSARIO ESPINAL
En mis viajes por distintas ciudades del mundo siempre le he prestado atención a los medios de transporte masivos, quizás porque cuando era pequeña nunca vi trenes ni tranvías y ni siquiera muchos carros había. En la biblioteca pública de Viena, ciudad de tranvías, leí hace 20 años la colección completa de los discursos de Trujillo. Así comprendí la importancia que tuvo para la dictadura proyectar una imagen de progreso con la inauguración de puentes y carreteras ante un pueblo lleno de analfabetos.

En los grandes aeropuertos, mientras espero, siempre mantengo los ojos abiertos para admirar los aviones que muestran su majestad en los cielos. Estos artefactos de la modernidad existen gracias a personas que en escuelas y universidades adquirieron conocimientos científicos para inventarlos y perfeccionarlos.

Del burro tengo los más gratos recuerdos. Lo asocio con las marchantas que temprano de mañana transitaban por Santiago vendiendo vegetales y frutas; y digo transitaban, porque hace varias semanas le pregunté a una de las pocas que quedaban porqué ahora rifaba números y no vendía molondrones ni cerezas; y me contestó: ai, poique se murió ei burro.

A diferencia de los chinos, nunca utilizamos bicicletas masivamente. Recuerdo que en los años 80, cuando hacía mi doctorado en sociología en Estados Unidos y estaba de moda la tecnología alternativa, un compañero salvadoreño viajó a la China para indagar sobre el uso de las bicicletas e introducirlas en Centroamérica. Me pareció interesante su proyecto, pero pensé que no sería factible para los dominicanos este sistema porque en los días de calor o de lluvia muchos no se montarían en una bicicleta.

No tuvimos bicicletas pero sí motoconchos, ruidosos y peligrosos; accesibles a tantos, que en la última campaña electoral se ofrecieron a cambio de votos. Desconocemos su impacto al desarrollo o al subdesarrollo, pero sería importante determinar los costos humanos y económicos de los accidentes provocados por este medio de transporte.

Los carros de rutas fijas o conchos fueron populares cuando las ciudades eran pequeñas, pero ya se han hecho disfuncionales con tanta gente. Por eso se introdujeron las famosas voladoras que compiten con los motoconchos en todos los peligros del transporte.

No me fascinan los autobuses, pero considero que con un buen sistema de guaguas, carriles organizados y sin fraudes por ningún lado, se mejoraría sustancialmente el transporte de Santo Domingo. Valdría la pena intentarlo porque, con metro o sin metro, los autobuses son necesarios para organizar el transporte colectivo en una ciudad grande.

El problema es que ahora no puede decidirse nada con sensatez porque el sistema de transporte de Santo Domingo está en manos de diversas instituciones públicas, un ministro sin ministerio y unos sindicalistas acostumbrados a frecuentes reparticiones. Debo admitir que me encantan los trenes. Es el medio de transporte colectivo más cómodo, eficiente y democrático, aunque ahora con el terrorismo asuste un poco abordarlos. Se puede leer, hablar, caminar, dormir, comer, tocar un instrumento, ver anuncios, distribuir propaganda, mendigar y llegar rápido.

Es también el menos elitista porque cuando funciona bien, con líneas y estaciones de amplia cobertura y horarios, ofrece un servicio de calidad a los pasajeros de mayores y menores ingresos. Eso lo saben muy bien los miles de dominicanos que toman el subway de Nueva York diariamente y comparten vagones con financistas, mendigos, obreros, artistas y oficinistas.

A pesar de mi encanto por los trenes debo decir que cuando pienso en la situación económica dominicana y en la precariedad de todos los servicios públicos que se ofrecen (y los que no se ofrecen), concluyo que en estos momentos no debe construirse el metro.

Muchas razones se han dado en los últimos días para apoyarlo o rechazarlo, pero dos me parecen particularmente pertinentes: 1) el metro representa un gasto elevado con endeudamiento externo en un momento en que el país apenas comienza a salir de una crisis económica; y 2) un servicio de trenes requiere eficiencia técnica y administrativa, de lo que carecen los servicios públicos dominicanos.

Por eso, lo prudente y sensato sería esperar que el nuevo Gobierno, tan interesado en la modernidad, demuestre su capacidad de mejorar los servicios existentes, y si tiene éxito en revertir el curso de la historia de ineficiencias, entonces se embarque con amplio apoyo en la construcción del metro.

De no ser así, el metro será un proyecto impuesto a regañadientes sobre un pueblo adolorido que conoce muy bien las carencias en muchos servicios básicos, y que además se enfrenta actualmente a una delincuencia atemorizante, muy destructiva y sin precedentes.

Es cierto, Santo Domingo necesitará un medio de transporte rápido, pero con todos los problemas empeorados que hay en estos momentos, el país no está para aguantar alborotos por metro, espectáculos mediáticos, trampas y rapiñas políticas, ni arrogancias gubernamentales.

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