El Metro

El Metro

AUGUSTO LUIS SÁNCHEZ
Por la gravedad de los casos me referiré a dos delicadas situaciones que hoy están gravitando inexorablemente sobre la sociedad dominicana y en particular sobre la ciudad de Santo Domingo. Una, implicando un mega-alijo, se nos acaba de ir por los aires pretendiendo dar muestras de relativa solución; la otra, aunque latente en la vida cotidiana de nuestros conciudadanos, intenta solucionarse a base de implementar una mega—nversión.

La primera, junto a su Don Quirino, se refiere al mayor cargamento de droga decomisado en el país (que se sepa); La segunda, con su Don Diandino, pretende enterrar, que no es lo mismo que resolver, el añejado caos del transporte público de esta ciudad.

Con relación a la primera, nos permitimos solamente llamar la atención sobre el curso del tráfico (y consumo) de drogas en nuestro país; en cambio sobre la segunda, teniendo, al igual que la anterior, implicaciones y decisiones de colectividad, vemos cómo se promueve de manera impositiva y particular la construcción de un tren urbano para la capital dominicana, advirtiéndose en ello signos de palpable interés político, con sellos de marca registrada (TM.)

Nuestros comentarios sobre las pretensiones oficialistas de dotar a la ciudad de Santo Domingo de un moderno Metro urbano («y no sólo a esta ciudad, también Santiago de los Caballeros pudiera iniciar su Metro en el año 2009 ó 2010, según declaraciones de su gerente»), serán expresados únicamente desde el punto de vista urbano y técnico.

Frente a la problemática generada por el actual sistema de transporte que tiene la ciudad capital y la posibilidad de construir este Metro, el evidente reto que se presenta a sus ciudadanos, a los ayuntamientos que la administran (municipios) y al gobierno central por igual, deberá considerar el peculiar contexto urbano en el que éste se desarrollará.

Los cuatro municipios y el Distrito Nacional que conforman el llamado Gran Santo Domingo (GSD), aunque vecinos entre sí, comparten territorios con limitaciones naturales y marcadas diferencias estructurales; sus significativas desigualdades socioeconómicas, así como las variadas y no consensuadas prioridades que cada uno tiene, hacen compleja cualquier propuesta de desarrollo conjunto que pretenda unificar criterios y necesidades, en particular, el deficiente sistema del transporte público que interactúa entre ellos. Para dimensionar tal complejidad será necesario conocer algunos de los datos y cifras que gravitan sobre este territorio.

Estas cifras evidencian, y en esto coincidimos oponentes y favorecedores del Metro, la urgencia que tenemos de propiciar medios de transporte colectivos más modernos y seguros; de agenciarnos un sistema integrado de transporte masivo que incluya las infraestructuras necesarias para su operatividad.

Más que pretender una solución basada en un proyecto puntual y aislado, se requerirá una propuesta integral que promueva un sistema de movilidad efectivo y eficaz, orientado hacia la conquista de criterios de mancomunidad. Son muchos los kilómetros cuadrados de trama urbana y sub-urbanas a cubrir y mucho más el número de pasajeros a atender de manera sostenida.

Hoy nuestros ciudadanos de a pies se desplazan a través de deficientes, incómodos e inseguros medios de transporte; este desordenado servicio se ha convertido, en ocasiones, en instrumentos de peligrosidad para pasajeros y viandantes. Como complemento de este víacrucis, el escenario para su desarrollo discurre en medio de una ciudad con deficiencias en los demás servicios públicos, elementales y necesarios para vivir con dignidad. Las informalidades y carencias de esta urbe, además del caos que se plasma en su crecimiento, impiden a una gran parte de nuestra población capitalina disfrutar adecuados estándares de vida, alejando las posibilidades de alcanzar el bienestar que todo ciudadano anhela.

Si este es el panorama antes del Metro, ¿cuál será después de él? Frente a una decisión tomada, ¿habrá garantía de cambio en los patrones de movilidad de las personas que lo utilizarán? ¿Quiénes se beneficiarán con esta mega-inversión?, ¿la ciudad, el ciudadano o ambos? Quizás termine sin convenirle a ninguno de los dos, por los riesgos o implicaciones de la operación.

El dantesco escenario que presenta la ciudad de Santo Domingo en varios órdenes y en particular en lo relativo a su servicio público de transporte, se soluciona sólo si logramos coincidir voluntades y aptitudes, capacidades y decisiones: encontraremos remedio a nuestros males urbanos si logramos implementar una verdadera planificación estratégica que involucre consensuadamente a munícipes y municipio, gobiernos y territorio. Sólo así podremos dimensionar y definir la ciudad que tenemos y la que queremos alcanzar en los próximos años; una sociedad que evolucione hacia nuevos esquemas de bienestar común y de progreso.

Deseo terminar mis comentarios sobre el más debatido tema de los últimos meses: «que a juzgar por las últimas noticias sobre su inminente construcción, evidencia la insistente tozudez que sobre el asunto tiene el gobierno dominicano», dejando constancia de que no me opongo al Metro ‘per se’; me encanta viajar en ellos; sólo cuestiono la pertinencia del mismo. Su implementación o no deberá derivarse de los resultados arrojados por ponderados y profundos estudios sobre la demanda de este servicio, así como de los resultados de una verdadera planificación estratégica mancomunada entre municipios.

Estoy de acuerdo con el planteamiento señalado por el ciudadano Presidente, de elevar los niveles de progreso, modernidad y competitividad. No sólo nuestras ciudades metropolitanas son merecedoras de un mejor destino, la nación entera también lo demanda; sin embargo, creo que hemos olvidado el orden lógico de las prioridades; estos aires de modernidad deberán ser inyectados en nuestra sociedad, de abajo hacia arriba, procurándole a todos nuestros conciudadanos y en particular a los más necesitados, inmediatos y efectivos resultados de bienestar.

Apelamos a la misma sensatez que los promotores de esta iniciativa han reclamado para sí en otros escenarios y que cualquier sinrazón sobre el mismo sea modificada para bien de todos, gobernantes y gobernados. El sentido común y muchos de los ponderados y bien sustentados argumentos en oposición al Metro indican que éste, a pesar de sus grandes bondades y atributos, por ahora no le conviene a nuestra ciudad capital. Ojalá que se puedan evaluar a profundidad otras alternativas y rutas de mayor demanda. Para ello pretendemos que se invierta el tiempo necesario. Si algo tenemos que abandonar para lograr el tan mentado progreso, es la posición inmediatista que siempre nos ha caracterizado. Recordemos a aquél que bien supo decir: «Vístanme despacio, que estoy de prisa» (Napoleón Bonaparte).

La cita final, proveniente de una visión entremezclada sobre conceptos y sentimientos humanos y urbanísticos del archi-conocido ciudadano del mundo, Le Carbusier, bien pudiera servirnos de colofón: «La clave del urbanismo está en la diferencia entre un hombre violentado por la desorganización del fenómeno urbano y un hombre colmado de bienestar por la coherencia con que se ha respondido a sus necesidad en el terreno práctico…» (año 1922) .

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