El miedo a la evidencia empírica

El miedo a la evidencia empírica

Hay un anti-intelectualismo muy marcado en nuestra época. Una reacción emocional que es una mezcla de miedo, arrogancia, rebelión e indignación. Después de todo, el siglo XX fue el siglo de los especialísimos y también el siglo del cinismo y el horror.
Antes que ir a la luna, o antes que avances médicos, por ejemplo, tuvimos la bomba nuclear. Antes que conocimientos para aumentar la producción de alimentos tuvimos la proliferación de una industrialización de los alimentos que resultaban dañinos a la salud y al medio ambiente. Antes que conocer el daño a la salud de fumar -el conocimiento científico- nos enfocamos en fidelizar (!) los clientes con el uso de sustancias adictivas. Y eso en cada rama de la ciencia, incluida las ciencias sociales (sociología, economía, ciencias políticas…).
Los intelectuales, e incluso los divulgadores científicos, fueron responsables, con la ayuda de los medios, de esta tendencia, al convertir a las personas en estrellas mediáticas. En el siglo XIX había menos libertad -incluso de investigación- pues el canon se protegía como si la vida de los sabios dependiera de ello, sin embargo, la investigación científica, para ser divulgada tenía que ser aprobada por una comunidad de investigadores expertos. Hoy, si bien hay una reputación académica y científica, no existe un control de calidad. Eso más la educación alejada de las humanidades y orientada casi exclusivamente a entregar al sistema de producción individuos programados fue dando al traste con el respeto por el conocimiento científico.
Y esta es la peor parte, el anti-intelectualismo no es una actitud contra el conocedor o el experto, sino contra el conocimiento mismo. Si alguien duda de lo pernicioso que resulta de esta actitud sólo hay que mirar los niveles de público. Las sociedades, y merecería otro espacio el rol que juegan las redes sociales y los algoritmos, parece que van a la anomía y la autodestrucción.
Si queremos un ejemplo del daño de este fenómeno sólo tenemos que mirar cuán seriamente tomadores de decisiones niegan el efecto del calentamiento global o la efectividad de las vacunas. Si tomamos las ciencias sociales, es aún peor, la economía, por ejemplo, genera debates ideológicos que contradicen no sólo a la economía “neoliberal” sino incluso la seriedad científica con la cual Marx escribió sus obras. Hoy parece que todos podemos inventar la ciencia, el conocimiento y peor, el dato mismo.
Hay un miedo a la evidencia empírica. Un recelo al conocimiento mismo. Una paradójica y malsana actitud que pretende superar ya no sólo la investigación metódica, sino incluso, la realidad misma. La vacuna contra esta tendencia está en entender que lo que importa no es el erudito, el conocedor o la estrella mediática, lo importante en ciertos debates no es ganarlos, ni siquiera responder científicamente todo problema, lo verdaderamente importante es ver el dato verificable, o al menos no dejar de preguntar. Si renunciamos al dato, si renunciamos al debate y al contraste de ideas, si escondemos el dato, lo manipulamos no sólo estaremos en incertidumbre, también estaremos en la oscuridad de las cavernas.

Más leídas