El milagro de Tigray

El milagro de Tigray

En la entrega anterior, detallamos el concepto de cambio climático y sus potenciales consecuencias socio-económicas. Presentamos la historia de una comunidad llamada Abrha Weatsbha que revolucionó la región de Tigray y, su país, Etiopía, en tan solo unos pocos años, demostrando la capacidad humana de reinventarse en su forma más pura, los habitantes de esta tribu, que dependían de la caridad de organizaciones del mundo, resucitaron una zona desértica donde para encontrar agua, anteriormente, había que excavar unos 15 metros. Ahora, solo 3 metros.

Hace 30 años, la región de Tigray sufría, constantemente, de fuertes sequías y hambrunas. De hecho, cada ocho años ocurría una sequía devastadora muriendo en la última centenares de miles de personas. Ubicada al norte de Etiopía, cuenta con un territorio, un tamaño similar al dominicano. Entonces, ¿cómo una región pobre, sumergida en la miseria y con un alto nivel de analfabetismo, salió adelante?

Empoderamiento es la respuesta. Sus habitantes (el proyecto inició en Abrha Weatsbha) al percatarse de que ellos eran los únicos que podían mejorar su situación, decidieron asumir la responsabilidad de crear un oasis. Desde entonces, todos los años aquellos hombres y mujeres mayores de 18 años trabajan, de manera obligatoria, 20 días (antes eran 40 días), sin remuneración económica. Desde antes del amanecer retumba un cuerno que da inicio a una nueva jornada de reapropiación de la tierra. Según la BBC, al acercarse las 10 de la mañana están unas 3,000 personas trabajando.

Hay zonas que son dedicadas, específicamente al ganado, para que este no pastoreara en zonas agrícolas. Antes era común que el ganado anduviese libre. Utilizan sus propias manos y modestas herramientas para cortar las piedras en la creación de las pendientes, presas miniaturas que atrapan las lluvias anuales y permiten que el agua se filtre al subsuelo, nutriendo la tierra de minerales necesarios para cultivar.

Debemos tener en cuenta que solo el 10% de la superficie de Etiopía recibe lluvia suficiente para implementar una agricultura sostenible. Sin duda, es la transición utópica de una región pobre a una sociedad que se responsabilizó y aprendió cuáles eran sus recursos, convirtiéndose en una comunidad próspera de agricultores.

Hasta ahora, se han rescatado 224,000 hectáreas (1 hectárea = 16 tareas) de terreno agrícola y la producción ha crecido hasta 80,000 toneladas, suficiente para nutrir 500,000 personas al año. Hoy, las familias del distrito Abrha Weatsbha presumen de tres cosechas al año, produciendo maíz, chili, cebollas, papas.

Este caso incita la admiración de muchos. Chris Reij, investigador del World Resources Institute en Washington, considera que la restauración de las tierras degradadas en Tigray es, probablemente, incomparable y hasta llega a especular que estas personas pudieron haber movido más tierra y piedra para revitalizar su tierra que los egipcios para construir las pirámides.

Además, debemos mencionar que nada de esto hubiera sido posible sin la visión de Sue Edwards, botánica especializada en taxonomía, nacida en Inglaterra y que se trasladó a Etiopía en 1968, y su Instituto para el Desarrollo Sostenible. Ella relata que al inicio fue difícil convencer a los agricultores del proyecto. Por suerte, a través del diálogo ella logró persuadirles y darles las pautas necesarias para que ellos pudieran hacer las cosas por sí mismos, aprendiendo a utilizar compost (abono orgánico) para restituir nutrientes en la tierra y conservar, apropiadamente, el agua. Hoy, Etiopía promete reclamar hasta 15 millones de hectáreas al desierto. Varios países han decidido seguir este ejemplo, entre ellos Nigeria y Tanzania.

Estamos enfrentados al cambio climático y a distintas revoluciones que transformarán futuras generaciones. Por esto, es importante comprender la importancia de actuar por el bien común. Un pequeño pueblo extremadamente pobre nos da un ejemplo de éxito ambiental y social a seguir sustentado en el empoderamiento y la autoestima. La educación no lo es todo, pero la educación del sentido común es vital. Creemos que, como sociedad, estamos lo suficientemente maduros para comenzar a practicar el respeto al medio ambiente.
Investigadora asociada:
Natalia Dorca.

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