El mimetismo de los políticos

El mimetismo de los políticos

SAMUEL SANTANA
Los políticos pertenecen a una clase de individuos que ha desarrollado la capacidad magistral de hacer que las cosas no estén sujetas a una única realidad sino que manifiesten varios matices. Ellos han desarrollado la destreza de ofrecer varias lecturas para un mismo hecho, formas diferentes de explicar y de ver las cosas. Descartan de manera total el absolutismo. Les fascina hacer uso del relativismo y de aplicarlo a toda circunstancia. A cada paso la práctica comprueba este planteamiento.

El pueblo pega el grito al cielo por lo difícil que está la situación económica de la nación. El dólar ha experimentado una baja muy considerable.

Y, sobre todo, mantiene estable esa baja. Sin embargo, los productos de primera necesidad que conforman la canasta familiar mantienen unos niveles de precios idénticos a los existentes cuanto la prima sobrepasaba los cincuenta pesos dominicanos. Todavía hay alimentos que siguen subiendo de precio en el mercado.

El costo de los combustibles sigue todavía golpeando los bolsillos de los usuarios del sistema de transporte y de los dueños de vehículos.

Y a pesar de los gritos y de los pataleos seguimos pagando una energía eléctrica a un costo abusivo y descontrolado.

De manera preocupante sigue en aumento el índice de desempleo en el país, con la amenaza de una agudización en los próximos meses.

Estos son sólo ejemplos de los muchos problemas y males que gravitan pesadamente sobre los hombros del pueblo dominicano.

Empero los funcionarios del Gobierno tienen una visión y una lectura totalmente diferente a estas preocupantes realidades.

Dentro de todo este  tinglado de dificultades ellos consideran que las cosas van por buen camino, pues la economía está creciendo mucho más allá de lo que la lógica pueda plantear y aunque todos se resistan a creer lo contrario.

Todo va bien aunque el dinero se vuelve sal y agua en los colmados y cuando se va a los supermercados.

Y cuando al Gobierno se le pide acciones concretas en la eficiencia en el manejo de la cosa pública y en el mejoramiento de la condición de vida de los ciudadanos, la respuesta es que estamos así –muy mal– porque la administración pasada nos colocó dentro de un hoyo cenagoso del que hay que hacer malabarismo para poder salir.

La inacción siempre encuentra la forma de ser justificada mediante la transferencia de culpa al que ya no está.

En cada administración nueva el pueblo manifiesta a viva voz su hambre y sed de justicia contra la corrupción. Pero nunca aparecen los culpables de dejar las arcas vacías o de haber hecho inversiones medalaganarias, mal planificadas y sin fruto que beneficien al Estado.

Pero cada vez que se intenta activar la acción de la justicia contra algún funcionario acusado de malversación y de apropiación de los fondos estatales nunca hay culpables porque se defienden y se limpian con los alegatos de que todo lo que se decía en su contra no era más que el ardid, la inquina y la mezquindad de unas acciones y decisiones políticas que lo único que buscaban eran sacarlo de la palestra pública.

Ellos siempre recurren a la ya gastada expresión de que se trata de una persecución política. Y Lo dicen con tanta vehemencia que el pueblo, finalmente, no sabe ya a que abstenerse, si creerle o no creerle.

Presentan las cosas de tal forma que al poco tiempo vuelven a recuperar su capacidad de aparecer ante los medios de comunicación y ante la opinión pública pontificando como figuras inmaculadas y como si nada hubiese pasado.

Los políticos de nuestro país pertenecen a una clase social que ha desarrollado una concha impenetrable en su conciencia la cual le permite matizar la realidad de los hechos sin experimentar el más mínimo sonrojo.

Saben mentir con sonrisas a flor de labios y esconden y distorsionan verdades sin que aparentemente se note frente a una cámara o cuando se le mira a los ojos.

Todos estamos conscientes de su cinismo vulgar, pero nada puede hacerse contra esos titanes y versados maestros de la farsa.

En última instancia, ya nadie se concentra en determinar la verdad o no de las cosas que dicen o explican, sino en el desarrollo de sus habilidades, en la capacidad y en la destreza desplegada para jugar con los conceptos, con las palabras, el lenguaje y la fuerza de razonamiento para hacer que las cosas sean lo que ellos quiere que sean.

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