El misterio del Santo Grial continúa

El misterio del Santo Grial continúa

El Santo Grial, en el que Jesús consagró el vino para entregar entre los Apóstoles poco antes de morir sirvió después para recoger la sangre y el agua que se derramó al lavar su cuerpo 

El Santo Grial es una de las reliquias más emblemáticas del cristianismo y su leyenda se remonta a la Última Cena de Jesús con los Apóstoles. Desde aquel hecho bíblico surgieron muchos cálices, cada uno con su propia historia; se compusieron romances y novelas de caballería y se especuló con sus misteriosos poderes. En la actualidad, se considera que el auténtico cáliz es el que se halla resguardado en una urna de cristal entre los muros de la Catedral de Valencia (España).

Pero para poder llegar a descansar entre las vetustas paredes de este magnífico templo valenciano, el Sagrado Cáliz tuvo que recorrer muchos caminos, ser testigo de la ambición y la vanidad de los hombres y sortear enfrentamientos y batallas.

El recipiente está adornado con perlas y piedras preciosas. Tiene forma semiesférica, un diámetro de 9,5 centímetros y está excavado en un gran trozo de ágata cornalina oriental.

La base es elíptica y está constituida por una copa de calcedonia ovoide que se presenta colocada a la inversa. Lleva las correspondientes asas de forma ofidia y es de oro finamente niquelado.

Se trata, en conclusión, de una composición de diferentes elementos, puesto que está confirmada la tesis de que ninguna de las partes del cáliz corresponde al mismo periodo histórico.

El Santo Grial, en el que Jesús consagró el vino para entregar entre los Apóstoles poco antes de morir sirvió después para recoger la sangre y el agua que se derramó al lavar el cuerpo de Jesús.

Se dice que el cáliz pertenecía a un rico comerciante llamado José de Arimatea que fue quien solicitó la lanza con la que fue herido el Hijo de Dios y la copa de la cena.

Leyendas en torno al Cáliz

A partir de este hecho, la leyenda comienza a generar varias versiones, una de las cuales la sitúa en Inglaterra, donde se dice que llegó el rico comerciante judío con su familia, estableciéndose en la localidad de Glastonbury o en Avalon, ambas localidades con un pasado mítico trascendental por su carácter céltico y legendario.

En Glastonbury se erigió una abadía en el siglo VII sobre un antiguo emplazamiento céltico, donde adjudicaban la localización de los enterramientos del rey Arturo y su mujer Ginebra, cuyas tumbas fueron encontradas en torno a 1190.

Avalon era una mítica isla donde se decía que los campos se cultivaban solos y los árboles daban sus frutos sin necesidad de ser cuidados. De cualquier forma, la historia no es única porque del cáliz se pierde su rastro durante varios siglos.

Otra versión de esta leyenda sugiere que fue San Pedro el que se encargó de llevar la reliquia hasta Roma, pasando antes por Antioquía donde el discípulo de Cristo ofrecía la Eucaristía a sus seguidores.

En la capital que se fundó del cristianismo y durante dos siglos, parece que existen claros indicios de que el cáliz fue utilizado por 23 Pontífices hasta el pontificado del griego San Sixto II,  para conmemorar la Sagrada Cena.

Esta versión está sustentada en el canon litúrgico romano de los primeros Papas, ya que en el momento de la consagración se decía textualmente: “tomando este glorioso cáliz”, refiriéndose a “este” solamente.

Siguiendo los pasos de esta versión encontramos el camino que llevó el cáliz hasta España. Fue durante la persecución del emperador Valeriano y antes de morir, cuando el Papa Sixto II entregó las reliquias, las alhajas y el dinero a su diácono Lorenzo, natural de Huesca (España), para que fuera escondido en las lejanas montañas de Aragón, donde también Lorenzo fue martirizado, no sin que antes enviara a la ciudad natal el Cáliz de la Eucaristía acompañado de una carta suya. Estos hechos sucedían en el año 258 ó, según algunos autores, el 261.

Diversos lugares aragoneses marcarían la ruta del Santo Cáliz: la cueva de Yesa, San Pedro de Siresa, San Adrián de Sasabe, San Pedro de la Sede Real de Bailo, la catedral de Jaca y, hacia 1071, en el monasterio de San Juan de la Peña. Allí permaneció hasta que el 1399 el rey Martín I se llevó el vaso sagrado al palacio de la Aljafería de Zaragoza, donde estuvo más de veinte años, después de una breve estancia en Barcelona, acompañando al rey.

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