El mito de Balaguer

El mito de Balaguer

R. A. FONT BERNARD
A edad nonagenaria, y al «borde del sepulcro» como lo solía declarar intencionadamente, y ya irremediablemente perdidas sus facultades visuales, el Doctor Balaguer participó protagonicamente en las elecciones del año 1996, llevando consigo la decisión de proteger, una vez más, la institucionalidad democrática de la Nación. Fue su última participación en un certamen electoral, pero no el final de una excepcional actividad política que se prolongó por más de sesenta años.

Durante todo el trayecto de la dictadura personificada por Trujillo, el Doctor Balaguer fue uno de sus más cercanos colaboradores. Y en el ejercicio de sus sobresalientes dotes oratorias, sus elogios al dictador, adquirieron dimensiones superlativas. Pero, contrario a los demás cortesanos de ese período histórico, tuvo la honestidad de reproducir sus discursos, en su obra titulada «La palabra encadenada». Y fue él, paradójicamente, el único de los cortesanos de ese período histórico que tuvo el coraje de predecir, en presencia del dictador, que el régimen iniciado el año 1930 estaba próximo a terminar, de acuerdo con la ley no escrita que rige las generaciones.

Como el político investido del más sobresaliente protagonismo, tras la caída de la dictadura en un charco de sangre, el Doctor Balaguer se acogió a la teoría de «las circunstancias», prohijada por don José Ortega y Gasset. Y no obstante que hubiese podido calificarse como modelado por si mismo, solía identificarse como un destinista, que actuaba con la convicción, de que en la actividad política, se impone establecer diferencias, entre lo posible y lo conveniente.

Fué, durante sucesivos períodos de gobierno, el político dominicano que supo utilizar las situaciones coyunturales, con las más afinada virtuosidad. Como ningún otro, supo canalizar las emociones del pueblo. El «yo o el salto al vacío» decidió en su favor las elecciones del 1994. Y en más de una ocasión, jugó con el temor al caos, con el convencimiento de que, cuando los que tienen algo que perder se atemorizan, buscan instintivamente el amparo de un salvador. En este sentido, fue un creador de crisis, como si se tratase de un juego, que le proporcionase la satisfacción de que se le considerase el amo del poder.

El reconocimiento de que el Doctor Balaguer disfrutaba en el ejercicio del poder no es un reproche. Y hay que reconocerle que contrario a la mayoría de los políticos dominicanos contemporáneos, no amó el poder para beneficiarse personalmente. Fue la suya la vocación de los que no se consideran a si mismos predestinados, pero que son necesarios, en determinadas circunstancias de las que no pueden escapar. No vaciló, en las ocasiones en las que fue indispensable sobreponerse a las normas legales, para imponer su influencia política, en beneficio de los intereses nacionales.

Por ello, cuando en las instancias del Congreso Nacional, se intentó obstaculizar la aprobación de sus leyes agrarias, calificó públicamente a los congresistas, como «un hato de vagos, y en la solemnidad de una Asamblea Nacional, aludió a los venerables miembros del Poder Judicial, como a una «asociación de mercaderes». Ni aquellos ni estos se consideraron aludidos, porque estaban conscientes, de que quien monta la verdad no necesita espuelas.

Y como en su relación con los clásicos del pensamiento político universal, aprendió que las sociedades humanas no están integradas por arcángeles ni serafines, y que la corrupción es una lacra que data desde los tiempos inmemoriables, desdeñó las actitudes supuestamente moralizadoras de muchos de sus adversarios políticos, con el señalamiento, de que no son muchas las conductas bruñidas por la honestidad. E hizo suya la sentencia de Maquiavelo de acuerdo con la cual «quien gobierna a todos a todos ha de mudar de afectos, o mostrase si conviene, desnudo de ellos». Como tal, en más de una ocasión, rehabilitó a muchos de los que con mayor saña le adversaron, en el convencimiento de que era rentable para él «castigar premiando».

No actuó el Doctor Balaguer, en el ejercicio e la actividad política, con una buena o mala conciencia. Estaba convencido, de que administraba un paréntesis histórico, en el que, como lo declaró en una ocasión, nuestra sociedad estaba enferma, y que en donde quiera que se pusiese un dedo, brotaba el pus.

Fué un hábil equilibrista, al que sus contemporáneos, contemplaban desorientados. ¿Se cae o no se cae? ¿Caerá en mis brazos o en los de mi vecino? ¿Cuáles sorpresas reserva, disimuladas con sus silencios? Reconociéndose el amo del poder gobernó haciendo suya la sentencia de Emil Ludwig: «Nadie debe anticiparse al destino, y si tiene presentimientos, debe guardar silencio sobre ellos».

En la valoración de la conducta de los seres humanos, ésta se clasifica en tres clases nítidamente diferenciables: los que tienen una historia, los que tienen un currículum, y los que tienen una leyenda. El Doctor Balaguer reunió en si todas esas categorías. Y aún en la actualidad, a dos años de distancia de su fallecimiento, es un mito, que en el discurrir del tiempo, se proyecta como fuente de inspiración y de conducta. Su vida y su obra, constituyen uno de los acontecimientos culminantes del siglo XX dominicano. Es ese el mito, cuya herencia política disputan en la actualidad, unos cuantos descerebrados, ignorantes de la sentencia del Quijote, de acuerdo con la cual, «quienes aspiren a ser dirigentes, tienen que tener cabeza».

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