El mito del bienestar

El mito del bienestar

Las sociedades que procuran una mejoría real de sus ciudadanos aspiran a una expansión del bienestar en todos los rincones de la pirámide social. Hace años que los dominicanos creamos las bases de distancias inalcanzables entre pobres, excluidos, clase media y ricos. Y por esas ironías de la vida, en la medida que la sociedad incrementa su nivel de productividad, el PIB se dispara en un 50% respecto a las últimas tres décadas, los niveles de movilidad social en América Latina llegan al 40%, y nosotros no logramos superar el 3%.

Convencidos de los niveles de peligrosidad de la exclusión social, una parte importante de toda la teoría económica y diseño de planes sobre el desarrollo en el continente, procuran reducir la pobreza como símbolo esencial de que vamos mejorando. Es un innegable paso de avance. Ahora bien, el Banco Mundial estableció que este año, 9.6% de personas quedarán atrapadas en las redes de la pobreza extrema en toda la población mundial.

El dilema de las cifras es que, no necesariamente traducen salir de la pobreza, en sinónimo de abandonar la exclusión. Por eso, la salud, educación, empleo y seguridad alimentaria representan banderas fundamentales para romper las barreras de una desigualdad capaz de imponerse frente a las aritméticas pura y simple donde dejar de ser pobre constituye un avance, pero no nos libera de las taras ancestrales. Uno de cada dos trabajadores en el mundo es informal, empleados considerados pobres exceden 800 millones alrededor del globo, la CEPAL estableció que en el 2012 la pobreza extrema golpeaba al 11.3% de la población, pero se incrementó a 12% en el 2014. De trágico está el dato de que, desde 1980 el 95% de todos los ingresos generados por el crecimiento mundial, el 40% llegó a los bolsillos de los más ricos dejando el 5% a los más pobres.

Los dominicanos andamos fascinados por jugar con las estadísticas que tienen una clara intención politiquera. Gobierno y oposición reducen la lucha en la actual coyuntura a las interpretaciones acomodaticias que no se transforman en verdadero bienestar para la gente. Ideal sería que la campaña establezca las bases para una discusión sobre el modelo de gestión en los próximos cuatro años. Así, los candidatos presidenciales tendrían la oportunidad de exhibir sus ideas fundamentales. Pero qué va!. Aquí todo es chercha, insulto, afán por la descalificación personal y aspiraciones de índole personal que constituyen la materia prima del descreimiento y hastío ciudadano.

Estamos en el umbral de una contienda electoral. Por eso, el oficialismo tendrá como tarea esencial hacer un uso habilidoso de los indicadores económicos que, desde mi punto de vista, no terminan de mejorar la calidad de vida de las grandes mayorías. En ese sentido, hacer los paralelismos respecto de economías parecidas y afinar el disparo alrededor del crecimiento nuestro, excluye realidades sociales, históricas e institucionales que nos distancian de la objetividad y el juicio sereno. Además, la administración del PLD está cometiendo el error de utilizar a reconocidos entendidos en materia económica de incuestionable formación, pero seducidos por la nómina pública y de una inconsistencia partidaria explicable por su afán de intercambiar talento por beneficios personales.

La cruda realidad es que sociedades desiguales, cuando crecen en el orden económico, los sectores agraciados no están colocados en el punto inferior de la pirámide social. Por el contrario, el 2015 será un referente por excelencia de la inequidad debido a que 1% de la población accede al 50% de las riquezas, uno de cada cien habitantes del planeta tiene tanto como los 99 restantes y el 10% de los que poseen mayor patrimonio disfrutan del 88% de los activos totales.

Estamos obligados a asociar la idea del bienestar a un aumento sustancial de la calidad de vida de la gente. La retórica económica se entenderá mejor, cuando en los barrios, los municipios, las provincias, la marginalidad y la clase media se sienta que, también a ellos, les llegó el progreso. Lo otro, es un mito.

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