El mito del progreso y los historiadores 2 de 2

El mito del progreso y los historiadores 2 de 2

DIOGENES CESPEDES
La respuesta a la pregunta: ¿qué es el sentido de la historia?, implica tres concepciones de esta disciplina, según Chaim Perelman. La primera es el tipo de historia escrita por Tucídides. Perelman la llama concepción retórica.

El teórico belga la explica así: “esta corresponde no sólo a intenciones humanas, sino a discursos reales o imaginarios que la expresan” y se le opone una concepción teológica, la cual se encuentra escenificada en la Biblia y en los Profetas, pero que ha sido desarrollada sobre todo en la visión cristiana de la historia, desde San Agustín hasta Bossuet. En la Biblia, y sobre todo en los Profetas, los acontecimientos históricos a partir del diluvio, a través de la conquista de Palestina por el pueblo hebreo hasta su dispersión, son presentados, ora como un castigo divino debido a la inmoralidad, la injusticia de los hombres, ora como la realización de una promesa de Jehová. Los acontecimientos están determinados por la voluntad divina, por los designios de la Providencia que, ampliados a escala de la humanidad, permiten concebirlos como provistos de un sentido deseado por Dios y que los hombres están obligados a descifrar”. (Ibíd).

Se le llama metafísico a este tipo de escritura de la historia por parte de los historiadores. Quienes lo practican no ligan indisolublemente la teoría de la historia a la teoría del lenguaje, ni son estos radicalmente históricos y arbitrarios, como el signo lingüístico. Para estos historiadores metafísicos, el lenguaje y la lengua son una convención y la historia un accidente y la relación entre la palabra y el objeto que esta designa no es histórica ni arbitraria, sino natural y convencional y la relación entre signo y cosa está motivada por una doble ausencia: entre el significante y la cosa y entre el lenguaje y la vida. Como para estos historiadores -o lingüistas- el signo no puede nunca dar todos los detalles de la cosa, el lenguaje o la lengua sean deficientes y mentirosos. Cuando un historiador metafísico asume esta teoría, confunde e iguala los planos del lenguaje, la lengua y la ideología. En esta confusión es imposible que haya teoría del discurso y teoría del sujeto.

Una tercera concepción del sentido de la historia, muy cercana a la teología, es la que Perelman califica de filosófica o racionalista, en la cual Dios es reemplazado “por el Espíritu absoluto o por la razón escenificada en la historia”. (Ibíd). El autor amplía el radio de acción de esta concepción: “La historia se desarrollaría según es esquema dialéctico que sería independiente de toda conciencia, pero que permite al hombre entender su desarrollo objetivo y trazar sus etapas. Ese esquema daría un hilo conductor al historiador y le permitiría no sólo captar el sentido de los acontecimientos, sino también conceder una importancia objetivamente determinable” (Ibíd). Este modo de escritura de la historia, llevado a la práctica por la Ilustración y perfeccionado por Hegel, responde también a la teoría metafísica del signo explicada más arriba. Los resultados de un libro de historia o de lingüística escrito a partir de una concepción teológica de la historia y otro escrito a partir de una concepción racionalista desembocan en resultados diferentes, aunque ambos consideran el lenguaje como deficiente y mentiroso, al par que historia y lenguaje y signo no son radicalmente arbitrarios e históricos, sino convencionales. Ambos modos de escribir la historia carecen de teoría del discurso, del sujeto y del poema.

A finales de 1970 entra en crisis la noción de sentido de la historia y también la noción misma de crisis. Para el primer caso, un testimonio vivo es el número que la revistas “Comprende”, órgano de la Sociedad Europea de Cultura le dedicó a este problema en su número 43-44 de 1978 y la revista “Communications” número 25 de 1976 a la noción de crisis. Pero en esta ocasión sólo me ocupo de la noción de sentido de la historia como mito del progreso.

La revista “Comprende” fue un popurrí de intelectuales conservadores, socialistas, comunistas y viejos colaboradores del proyecto de la Agencia Central de Inteligencia para Europa con el cuento del Congreso para la Libertad Cultural. Los artículos de Ignacio Silone y Stephen Spender, colaboradores de “Comprende”, no aparecen ahí al azar.

En la presentación de dicha revistas, Jean Lacroix se planteó, de sopetón, la pregunta que quema: ¿Tiene la historia un sentido? Y se responde: “¿Pero tiene la pregunta misma sentido? En “Los hombres contra lo humano, Gabriel Marcel escribía que la expresión “sentido de la historia” responde a una noción extremadamente vaga o al menos equívoca y que un pensamiento dueño de sí mismo está obligado a disolver”. De hecho, el término de sentido es a menudo sinónimo de progreso. ¿No es entonces evidente que el hombre ha progresado mucho desde sus orígenes? Durante los últimos siglos, esta afirmación ha circulado como una verdad cierta y definitiva. Hoy está vívidamente cuestionada, por no decir rechazada. ¿No puede uno preguntarse si la expresión de “sentido del progreso” está muerta, si ha tomado hoy una significación diferente? (p.9)

La discusión de estos grandes temas lugar en la Europa de finales de 1960 y principios de 1970. A Santo Domingo llegó esta teoría en 1985 y todavía no cesa. A finales del decenio de los 70 la poética fundada por Meschonnic reivindicó los trabajos de León H. Halkin y Perelman y los llevó a su valoración histórica al otorgarle una misma y única teoría al lenguaje y la historia y al colocarlos en el plano en que Saussure los teorizó: como radicalmente arbitrarios y radicalmente históricos. Con esto situó Meschonnic los efectos ideológicos y políticos de las concepciones teológica y racionalista de la historia. Pero como discursos, lo cual no significa que no haya libros de historia escritos al modo teológico y racionalista, pero son anacronismos una vez enunciada la teoría que los evidencia: poca coherencia interna de sus conceptos y escaso poder para producir conocimientos nuevos.

Para esos libros teológicos y racionalista, el progreso y el sentido de la historia son una misma y única cosa. El progreso es la justificación de los genocidios, de la guerra de conquista territorial o no contra los pueblos “salvajes” a fin de someterlos a la “civilización y la cultura” del vencedor: esta es igual a etnocentrismo y racismo. El mito que se esconde aquí, con su ideología infusa, es el saqueo y el robo de los recursos naturales, renovables o no, de los pueblos vencidos gracias a una tecnología de guerra superior. En esto el sentido de la historia es una prosopopeya de lo real: pero esta ni es gente, no mstvhs ni camina ni para alante ni para atrás ni para los lados, y muchos menos hacia el progreso indetenible de la humanidad. La historia es simplemente lo que sucede: luchas individuales o colectivas que triunfan o fracasan y cada sujeto o grupo colectivo expresa discursivamente sus intenciones y objetivos, y en esta lucha de poder son más los fracasos que los triunfos.

En nuestro país, ¿cuáles son los libros de historia que responden a las concepciones retórica, teológica y filosófica o racionalista?

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