El mito: discurso verdadero sobre un objeto ideal. Las apariencias vs. el ser

El mito: discurso verdadero sobre un objeto ideal. Las apariencias vs. el ser

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§ 1.Mircea Eliade, el último de los grandes ideólogos de la historia de las religiones, ha realizado un trabajo descomunal para reivindicar este oficio que ronda –dice él– el método científico y la ficción, no solamente en La nostalgia de los orígenes (París: Gallimard, Folio essais, 1999 [1969, 1971], abreviado en adelante N.O, seguido del número de la página), sino en más de treinta obras sobre esta materia, dos de las cuales, la que reseño ahora, y Tratado de historia de las religiones (París: Payot, 1949) sentaron las bases metodológicas de esta disciplina que fue él el primero en sacarla del callejón sin salida en que se encontraba desde el siglo XIX y le otorgó un estatuto de hecho eminentemente histórico y de práctica de sujetos de las religiones.

§ 2. ¿Qué se entiende por mito?, fue la pregunta crucial que se formuló Eliade para construir el primer concepto de su método. Afirma el investigador acucioso que «… desde Platón y Fontenelle pasando por Schelling y Bultmann, los filósofos y los teólogos propusieron numerosas definiciones del mito. Pero todas tienen en común que se fundan en la mitología griega.

Ahora bien, para un historiador de las religiones, esa elección no es de las más felices. Es cierto que en Grecia el mito inspiró tanto la poesía épica y el teatro como las artes plásticas; pero es en la cultura griega donde el mito fue sometido a un dilatado y penetrante análisis, del que resultó radicalmente ‘desmitificado’. Si en todos los idiomas europeos el vocablo ‘mito’ denota una ‘ficción’, es porque los griegos lo proclamaron hace ya veinticinco siglos». (N.O, 125).

3.A esta definición del mito creada en el mundo griego y repetida en Occidente hasta hoy, Eliade le introducirá un vuelco que será, a mi modo de ver, capital para sobrepujar el dualismo definitorio de mito como ficción o verdad. Se trata del concepto eliadino de mito viviente como inseparable de un culto religioso cualquiera. Sin culto religioso, todo mito es una ficción: «Defecto [esta definición de mito como ficción, DC] todavía más grave con respecto a la historia de las religiones: no conocemos un solo mito griego en su contexto ritual –contrariamente a todas las religiones paleo-orientales y asiáticas, y sobre todo a las religiones llamadas ‘primitivas’–. Se sabe, en efecto, que el mito viviente está atado siempre a un culto, y que inspira y justifica un comportamiento religioso». (N.O, 125-26).

§ 5. Sin eliminar la mitología griega de la tarea analítica del mito, Eliade es partidario de la metodología nueva que propone: «Ahora bien, nuestra mejor oportunidad de comprender la estructura del pensamiento mítico es estudiando las culturas donde el mito es “cosa viviente”, donde él constituye el apoyo mismo de la vida religiosa; en resumen, allí donde, lejos de designar una ficción, expresa la verdad por excelencia, porque él habla únicamente de realidades». (N.O, 126).


§ 6. En Occidente, hasta el advenimiento de la poética de Henri Meschonnic, el vocablo ficción fue siempre sinónimo de mentira (Roland Barthes lo acepta así en su largo ensayo sobre el mito en Mithologies). En la poética meschonniciana no existe ni la verdad ni la mentira, sino los puntos de vistas de un discurso informativo-ideológico oral o escrito y si se trata de ficción literaria, lo que impera es la pluralidad indefinida de sentidos. El concepto mayor de la “ciencia” en Occidente es el de la verdad.

Un fantasma. La verdad solo existe para los objetos de la vida cotidiana y el lenguaje común les otorga sentido y realidad en el discurso. De modo, pues, que ficción y verdad son una contradicción y objeto único de la historia de las religiones. Las religiones son prácticas de sujetos basadas en una fabricación de objetos ideales inexistentes, pero que las creencias (sin pruebas) les hacen suponer a los sujetos practicantes de tales creencias, por asunto de fe, que esos dioses politeístas o monoteístas existieron en la realidad concreta en forma de montañas, océanos, espacio sideral, naturaleza, etc., y conforme a esas creencias, el sujeto practicante de los religiones inventó el ritual del culto y ese ritual es la “verdad” del objeto ideal incrustado en el cerebro del creyente.

§ 7. ¿Qué son las religiones? ¿En qué se diferencian de lo divino y lo sagrado? ¿Cuáles son los límites de la práctica religiosa para los creyentes y el discurso sobre el objeto ideal en que se fundamenta semejante práctica de esos sujetos? El fanático de las religiones, si se coloca en peligro la existencia de su creencia y la estabilidad del sistema social que le otorga realidad y fundamento, recurre a la violencia, incluso al asesinato, en contra de quienes niegan o profanan su religión.

La Inquisición y el fundamentalismo islámico son una prueba fehaciente de este ejercicio de la violencia. En el islam fundamentalista o no, basta con que se profiera una opinión negativa sobre Mahoma para que cualquier fanático tome en sus manos el acto vengador y el castigo condigno a tal “profanación”.

En Occidente se vivió en la Edad Media y hasta la abolición de la Inquisición, el mismo fanatismo que vive hoy el islam en su Edad Media. El comienzo y el fin de la intolerancia religiosa en Occidente lo desencadenó la Revolución francesa y los pensadores abanderados de la lucha en contra de la intolerancia religiosa o de cualquier otro tipo. En el Medioevo del islam, se está muy lejos de las conquistas de un movimiento filosófico y político parecido a la declaración universal de los derechos humanos. La base material de tal ideología no se vislumbra por ahora en el mundo islámico, pues hay un desfase entre base material (capitalismo del Tercer Mundo) y la ideología precapitalista que sustenta semejante base material.

A Occidente le llevó este proceso de tolerancia religiosa política tres siglos (desde el inicio de la Inquisición en 1480 hasta su abolición en la mitad del siglo XIX), aunque de vez en cuando la desorientación del sentido político y económico llamado crisis social provoque el surgimiento esporádico de mesianismos y milenarismos acompañados de fundamentalismos más o menos violentos que se alían a Estados dictatoriales o autoritarios. Solo tres grandes (Schmidt, Petazzoni y Van der Leeuw) han sobresalido en el estudio de la historia de las religiones como fenómeno histórico completo hermenéutico e historiográfico, según Eliade.

§ 8. Las religiones son invenciones de los sujetos y tales inventos son apoyados por un príncipe absolutista en momentos de crisis social, política o económica que amenace con disolver la unidad del poder, tal como se vio con el surgimiento del cristianismo en el año 313 cuando el Imperio romano entró en crisis con su modo de producción esclavista. Lactancio le propuso a Diocleciano la creación de una nueva religión para sustituir la politeísta, que era ya infuncional, pero el Augusto no aceptó semejante propuesta monoteísta.

Fue Constantino, con una visión política realista, quien vio la necesidad de adoptar una nueva religión monoteísta para el pueblo como forma de conjurar la crisis económica a que había llegado en esa época el esclavismo. Los dioses del panteón romano sucumbieron, al igual que en su día lo hicieron los de las dinastías egipcias y los dioses del Olimpo en Grecia y los dioses del panteón romano sucumbieron junto con el imperio.

El Estado absolutista, centralizado, autoritario que surgió luego de la Edad Media al amparo del capitalismo mercantil y el advenimiento del paradigma de la monarquía absoluta con Luis XIV exigía una religión monoteísta, absoluta y centralizadora. Esta cultura acompañará al modo de producción capitalista industrial y tecnológico hasta su reemplazo por otra forma económica e ideológica que no tiene todavía nombre. Pero desaparecida la base material del capitalismo actual, el cristianismo monoteísta posee vocación de sobrevivirle, o quizá no, sin que se precise por cuánto tiempo más.

Sea politeísta o monoteísta, la mercancía que ofrece la religión a sus fieles es siempre la misma escatología: una segunda vida después de la muerte. En los Estados más teocrático-políticos, la religión elevó a algunos monarcas a la categoría de dioses inmortales (los faraones, los Césares, Alejandro Magno), pero esa superchería, a los ojos del pueblo llano, mostraba de vez en cuando el rostro fraudulento de la inmortalidad con la muerte física de tales príncipes. 

 En el momento culminante de la expansión de los imperios conquistadores como el egipcio (caso de Nubia y otros pueblos) y el romano (caso de Bitinia), los faraones y césares establecieron alianzas políticas con los reyes destronados y eligieron por esposa a una de las  tantas princesas hijas del monarca vencido como una forma de asegurar la obediencia de los reinos vencidos a través del prestigio de la autoridad derrocada (origen de la poligamia) y tuvieron los conquistadores la previsión de respetar las religiones de los pueblos vencidos, con lo que se aseguraban la paz y el mantenimiento del nuevo orden político.

(Continuará).

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