El monólogo del despecho

El monólogo del despecho

Debido a que conversaba de cuando en cuando con aquella muchacha, en los años finales de la década del cincuenta, sabía que uno de sus pretendientes, amigo mío, tenía escasas posibilidades de conquistarla.

-No me gusta porque es casi enano, y yo prefiero los hombres que se acerquen a los seis pies de estatura; además es un futuro barrigón, porque sin ser propiamente gordo, ya tiene una pancita, y eso es lo que más feo se ve en un hombre, sobre todo si no es viejo. Dile a tu canchanchán que no pierda su tiempo conmigo- me dijo un día.

Por delicadeza, y algo de compasión, no enteré al enamorado sobre la escasa valoración que le concedía la doncella.

 Parece que la perseverancia en materia amorosa era una de las características del cortejante, porque sólo desistió del galanteo cuando la chica le entregó a otro el  principal órgano de su sistema circulatorio.

La derrota lo afectó de tal forma, que se dedicó a consumir bebidas alcohólicas en cantidades próximas a las industriales, pese a la archicomprobada ineficacia de los productos etílicos para ahogar las penas románticas.

 Me sorprendió que la jovenzuela le correspondiera a un hombre bajito,  con apariencia de cuarentón, y cuya figura no merecía el calificativo de esbelta, ya que mostraba abundancia de libras, y vientre desmesurado de libador de cerveza.

Una noche en que disfrutábamos del frescor invernal en uno de los bancos del parque Colón, el hombre dejó escapar la hiel de su despecho.

-Esa caraja- dijo, como si mordiera las palabras- tiene las piernas más gambadas que las de Chencha, el personaje de la guaracha cubana, y no tiene labios, sino una chemba torcida. ¿Y qué podemos decir de su nariz bombolona, semejante a un guante de catcher? Algo que noto ahora que me desenamoré, es que tiene mucho de amachorrada, con  su nuez de Adán en el cocote, y el pecho liso, como de hombre. Todo eso añadido a su voz grave de barítono, que seguramente ha llevado a muchas lesbianas a hacer cerebro con ella. ¡Diablo, a lo mejor estuve enamorado de una maldita cundanga!

 Pensando que el fracasado pretendiente había llegado muy lejos con su despecho, cambié el  tema de aquel monólogo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas