El mundo como entramado de sentido

<p>El mundo como entramado de sentido</p>

POR LUIS O. BREA FRANCO
La filosofía, históricamente, para comprender el ser o sentido del mundo ha procedido a colocar el dato inmediato que encuentra, es decir, los hechos o acontecimientos que se dan u ocurren en una determinada situación histórica, en un contexto o circunstancia que fija, delimita y define -desde una visión teórica- “la posición de principio” que otorgaría sentido a lo que acontece.

El filósofo no indaga sobre hechos y acontecimientos, sino sobre criterios y normas que permiten contextualizarlos; indaga sobre el orden o sentido en que podrían ser enfocados y contrastados; indaga sobre la “totalidad” o trasfondo que habría de servir de contexto a lo que acontece y permite com-prenderlo, tomarlo como conjunto o agregado interpretable según una dirección o plexo de direcciones de sentido.

La filosofía intenta definir, determinar, el trasfondo que permite situar, com-prender y ex-plicar en un “espacio” racional lo que acontece.

La filosofía tiene como su cometido determinar lo que da sentido, dirección, valor o ser a “las cosas”, a “los entes”; debe indagar sobre el sentido último que permite reunir las cosas en una totalidad. Por ello, en el pensamiento histórico occidental se ha buscado explicar el mundo a partir de principios, de criterios, axiomas, creencias o de un “ente”.

Se ha postulado que la realidad ha de tener un principio que ha de actuar, al mismo tiempo, como origen, norma, dirección y criterio delimitante de lo que denominamos realidad. Este principio se ha concebido en las diferentes épocas como Dios, como orden preternatural o natural, como legalidad histórica, como valor o como ausencia de valor o sentido.

Parménides, por ejemplo, sustenta su análisis en un axioma que define a priori su modo de ver el mundo; así afirma tajantemente que la única vía para descubrir lo que “es”, es el criterio o principio de que el ser “es”, y que el no ser “no-es”. Para él, la realidad coincide, significa: ser, y lo que no es realidad, es no-ser.

Parecería que Parménides habla de algo evidente y que su discurso es puramente tautológico; sin embargo, para poder distinguir lo que es realidad, de lo que no lo es, tuvo que definir y contrastar, lo que entendía significaba “ser” con lo que significaba “no-ser”; tomó una decisión que le serviría para discernir lo que “es” de lo que “no-es”; decidió hacer la misma operación que nosotros deberíamos hacer para poder distinguir algo sobre el trasfondo de una oscuridad absoluta; si sólo hay oscuridad no podremos distinguir nada, para ello tiene que surgir un punto de luz que resalte sobre lo oscuro, que se mantenga vivo y persista contra el fondo.

Un haz de luz que resalta en un océano interminable de tinieblas es lo que denomina Parménides “ser”. Por consiguiente, cuando habla del ser, el filósofo de Samos no se refiere a una cosa, a algo muerto, a algo arrojado ahí, dado de una vez por todas.

La realidad para él es aquello que sobresale y se impone frente al no-ser, frente al trasfondo. El ser de Parménides es persistencia, fuerza, tensión, ejercicio de un poderío que predomina y se impone sobre lo que no es, sobre la oscuridad total.  Esta perspectiva constitutiva del modo de pensar occidental, queda definida por la expresión: “Lo mismo es pensar y ser”.

El ser no es algo arrojado, algo exterior; “ser” no es ob-jeto o algo objetivo, pues no despliega ante nada diverso de sí mismo; en ese momento ontológico el ser es él mismo: “es” y se constituye como su propia eclosión: es fuerza que se contrapone; es tensión vital –vital, asumido como metáfora de lo que emerge y se sostiene sobre sí mismo contra el fondo oscuro- que se impone como lo apropiado, como ser referido a sí frente al no-ser.

Por ello, en este modo de ser, al “ser” le es siempre correlativo un “ver”, un modo de interpretar, un modo de com-prender, un modo de relacionarse con lo otro y consigo mismo, una identidad.

El ser emergente de sí de Parménides, constituye como ex-sistir; constituye como un salir de sí que se sostiene en sí mismo, tal como una rosa se abre y es tal manteniéndose desde sí misma. El ser parmenidiano constituye como posibilidad de trascendencia, de libertad.

Podría aclarar lo señalado diciendo que al ser le “va” su propio ser; según mi “ser”, así mi com-prensión; mi existir descubre como mi propiedad las categorías y la capacidad con que puedo situarme y decodificarme.

Parménides fundamenta el pensamiento occidental descubriendo que ser es permanecer, pero todo ser es en un “modo de ser” y como tal, es en un “modo de com-prender”. Dicho esto con suma brevedad y precisión: el ser se manifiesta en la relación que constituye su identidad.

Nada es en solitario, en sí: todo está en relación, es relación. Las cosas aisladas sólo existen como posibilidad en lo abstracto del pensamiento. El concepto, la idea, la cosa en sí, es fruto de un proceso de abstracción en que el ser mundano se evapora, desaparece.

Los sustantivos no se dan sino determinados; son ejes de propiedades, que los sitúan y definen. La existencia humana constituye como posibilidad de relación, como trascendencia, como vínculo indisoluble e insuperable de abrir mí ser frente a mí mismo en lo otro y con otros.

El mundo constituiría como plexo de significaciones, como constelación de sentidos que valen y destellan en todo cuanto es. La vida humana es fundamentalmente ser-en-relación.

Esta situación la han descrito Heidegger y Ortega: “El ex-sistir es ser-en-el-mundo”; “yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

Por ello estimo que para poder penetrar, desgajar y comprender la riqueza y la vitalidad que una visión del mundo aporta a una época, se hace necesario describir y sintetizar la trabazón de sentimientos, pensamientos, anhelos y actitudes que sirven de trasfondo a su despliegue en la historia.

No sólo en las personas, en las cosas, en los acontecimientos o hechos aislados, sino en el entramado de las múltiples relaciones significativas se despliega lo que constituye el sentido de una época histórica, de un mundo.

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