El mundo (de hoy)

El mundo (de hoy)

El esquema de pensamiento vigente (un antipensamiento –esencialmente superficial, con rasgos de nihilismo negativo e individualismo vacío-) renunció a explicar el mundo. La crisis actual, sin embargo, lo exige. Esa carencia es lo que lleva a algunos a recurrir a aquellos modelos ideológicos tradicionales. Sin embargo, estos se antojan, en el mejor de los casos, nostálgicos, y aún peor, sumamente inefectivos: simplemente no sirven. Los marcos de pensamiento del siglo XX están siendo puestos a prueba. Ni el marxismo clásico y sus hijos, ni la democracia descafeinada pueden explicar satisfactoriamente la realidad.

Las debilidades propias del esquema de la postmodernidad lucían de menor importancia a la luz de la promesa de progreso individual. Las condiciones materiales que ofrecía el capitalismo se presentaban con una esperanza mínima, aún en un esquema más “aspiracional” que real. En ese marco, no faltaba encarar la problemática de explicar la realidad. Sin embargo, ante la crisis sostenida de empleo, lo que antes era poco importante –una explicación del mundo- hoy se hace imperativo.

Estos no son momentos revolucionarios en los cuales bullen las ideas y las demandas por lo nuevo; en cambio predomina hoy una mera reacción, una insatisfacción, sin urgencias por algo nuevo -no hay que confundir urgencia con escozor-. En el presente existe una compulsión por mostrarse insatisfecho. Pero sin explicaciones, simplemente crecerán las muestras de desesperanza.

El fenómeno no es local, ni circunstancial, es… sistémico. Tiene que ver con el modelo económico, al cual le cuesta, cada vez más, crear empleos. Se trata de un fenómeno a nivel mundial. Se da sin importar región u orientación de los gobiernos. Desde la Primavera egipcia hasta las manifestaciones en Venezuela, sin dejar de mencionar las manifestaciones sociales ocurridas este fin de semana en España. La inestabilidad no es sólo de la política sino de los marcos conceptuales, de la explicación misma del mundo. En esa situación tenemos la sensación de que se acaban las certezas.

En estos tiempos subirán el volumen las voces nostálgicas, los llamados a un “pasado mejor”. Subirán las manipulaciones para controlar las masas por vía del miedo: los llamados al sacrificio por la patria, los discursos políticos con más llamados religiosos que un sermón, o con más promesas que un vendedor de aspiradoras. Pero mientras no nos atrevamos a rediseñar nuestros prejuicios, a inventar nuevos conceptos, a entender los límites (y los fracasos de los modelos conocidos), habrá poco que hacer. Si no logramos dar coherencia a nuestra visión del mundo, y respuesta a las expectativas materiales, seguirá la crisis y la sensación de desesperanza.

El mundo (de hoy) necesita explicarse y organizarse con conceptos nuevos, especialmente en lo político, lo social y lo económico. Las viejas recetas, los modelos fallidos, no pueden ser la respuesta a una realidad más compleja. Recomponer una cosmovisión acorde a ese mundo es el imperativo de los tiempos, a eso tenemos que disponernos.

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