En el año 1932 el escritor Aldous Huxley publicó la novela Un mundo feliz que está calificada como un libro magnífico, uno de los enclaves más importantes de la literatura de ficción. A pesar de ese apreciable título, en el texto aparece la siguiente pregunta: “¿Cómo sabes si el mundo no es el infierno de otro planeta?”
Esta chocante consulta es motivo de inquietud teológica y tormenta emocional porque toca un tradicional precepto acerca del purgatorio y el infierno que, desde antaño, era enseñado e inculcado a los creyentes.
El purgatorio era considerado un espacio, condición o situación donde se purificaban los pecados cometidos, previo a la entrada al cielo. Infierno es, para la doctrina cristiana, el lugar donde los condenados sufren, después de la muerte, un castigo eterno, el lugar último de la existencia de los pecadores más empedernidos, descrito por Dante Alighieri como aterrador.
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Sin embargo, decir que el mundo es un infierno es provocativo; pues, el globo terráqueo no tiene todas las características determinantes de un infierno; tal vez sea un fugaz purgatorio. Esto puede ser considerado así, porque el infierno es el último lar o estado de la existencia del alma según los teólogos y creyentes de las religiones monoteístas, judíos, cristianos y musulmanas; y el purgatorio es una condición transitoria de saneamiento y depuración o una escalera ascendente al máximo grado.
Los últimos obispos de Roma, los papas Benedicto XVI y Francisco, han dado nuevas interpretaciones de lo que es infierno y ambos concluyen en que no existe tal lugar o condición. Esta conclusión, en vez de esclarecer las definiciones de purgatorio e infierno, causa disturbios espirituales en los religiosos más conservadores. Debido a esto, hoy día, la obra de Huxley, Un mundo feliz, adquiere una connotada relevancia porque el escenario que describe contiene elementos de un mundo que obliga a realizar una ponderación objetiva, y a tratar de responder la pregunta allí formulada: “¿Cómo sabes si el mundo no es el infierno de otro planeta?”
Esta inquisición es motivo de preocupación porque nos hace reflexionar respecto a los reflejos peyorativos, denigrantes de la sociedad y el estado del orbe terráqueo. Hay que sugerir que este mundo es el infierno de otro planeta, obliga a pensar, perturba la mente y la sensibilidad moral.
No obstante, se podría considerar que, en efecto, el mundo tiene semblante de purgatorio transitorio, tomando en cuenta que el pensamiento arraigado desde siempre afirma que las personas venimos por engendro y nacimiento; estamos en el universo, pero no le pertenecemos. Con la muerte física nos desatamos de la ligadura mortal y partimos a una dimensión que llamamos morada en el paraíso de Dios, el cielo.
Conscientes o no de esto, los seres humanos son pasajeros que transitan por la Tierra donde se espera que se transformen, se santifiquen, se rediman, y crezcan en espíritu y verdad.
La Tierra sería entonces la dimensión en espacio y tiempo donde habitamos con la esperanza de purgar todo lo malo, algo que, según algunos, responde al designio de Dios o al orden de la naturaleza universal. En verdad, hay motivos que hacen factible el cuestionamiento de: “¿Cómo sabes si el mundo no es el infierno de otro planeta?” Esta pregunta ha vuelto a florecer y genera confusión en personas pensantes y de conceptos bien arraigados; pues es ineludible.