El mundo secreto de los paseadores de perros; de auge en Argentina

El mundo secreto de los paseadores de perros; de auge en Argentina

Argentina. elmundo .es. Primero se siente el olor a matapulgas, luego se escuchan unos gruñidos y finalmente aparece, doblando la esquina, una manada de perros de todas las razas y pedigrí. Los conduce, con pulso firme y breves silbidos, un chico que lleva el iPod enchufado a la oreja para aislarse de las “malas vibraciones” que transmiten los viandantes cuando Quico o Robespierre ensucian la acera. La ciencia contra la impaciencia: el chico lleva en su mochila una pequeña aspiradora, adaptada por él mismo, para recoger los excrementos.

Como en otros tiempos el lechero o el piropeador de mujeres (hoy proscrito), el paseador de perros es un personaje firmemente arraigado en el paisaje de Buenos Aires. Al hacer un estudio de mercado, se descubre que además de pintoresco, el oficio de sacar a las mascotas del encierro de los apartamentos a la libertad condicional de los parques, es un oficio rentable. Con una clientela de entre 10 y 15 canes, el paseador puede ganar 1.500 pesos al mes (unos 330 euros); lo suficiente para costearse los estudios o, al cabo de un tiempo, el ansiado viaje a España, donde posiblemente consiga otro curro para seguir estudiando o llegar hasta la India.

La de perrero no es una tarea para cualquiera. “Se necesita mucha fuerza en las pantorrillas para frenar a un Rottweiler, autoridad para controlar a un Pitbull y psicología para entender a los Bulldog, que son los más susceptibles de la raza canina”, dice Juan Pablo, un paseador con cinco años de experiencia.

Lo más difícil es incorporar un nuevo miembro a la traílla: “la clave está en que el perro dominante lo acepte, aunque el verdadero macho alfa del grupo –u hembra alfa pues hay muchas chicas en el oficio- es el propio paseador”. La herramienta básica es el cinturón con un mosquetón como los de los escaladores al que se enganchan las correas individuales. Juan Pablo no utiliza bozal ni frenillos porque el objetivo es que los perros disfruten de la caminata. La sensibilidad tiene su precio: por intervenir en una pelea, nuestro informante recibió un mordisco de un Gran Danés que casi le arranca el antebrazo. La demanda ha crecido a tal punto que en algunos enclaves porteños han surgido empresas de paseo con hasta cinco trabajadores en plantilla.

Zoom

Según Juan Pablo

Mi admiración hacia los paseadores –me recuerdan a los aventureros que se internaban por el Ártico en trineos arrastrados por perros- se extiende a todos los chavales que combinan el trabajo con otras actividades. En la mayoría de los países sudamericanos, los retoños de la clase media recién descubren que es vergonzoso recibir la mesada cuando se tiene edad suficiente para votar. En Argentina y en Uruguay, la creencia de que el trabajo juvenil atrofia el cerebro cayó en desuso en la misma época de los pantalones campana y el sexo sin preservativo. Incluso en los restaurantes son atendidos por rubios y rubias con el bronceado que se adquiere en los balnearios.

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