El mundo visto desde una escalera

El mundo visto desde una escalera

POR RAMÓN PEDROSA LÓPEZ
HONG KONG (EFE).-
Aunque parezca difícil de creer, el barrio más vivo y fascinante de Hong Kong se ha desarrollado en los últimos diez años en torno a algo tan simple como una escalera mecánica.  Aunque la escalera, que recibe el popular nombre de “escalator”, está lejos de ser una atracción turística cualquiera.  El “escalator”, de 800 metros de distancia, es el complejo mecánico de su clase más largo del mundo, y toda una metáfora de la ciudad más cosmopolita de esta parte del planeta.

Construida por el último gobierno colonial, en 1994, con la idea de agilizar el agobiante tráfico de Hong Kong, el peculiar invento, que recorre la ciudad de arriba a abajo, ha catalizado el desarrollo del dinámico barrio del “Soho” (“South Hollywood Road”), que es la envidia del resto de la ciudad.

La escalera, dicen, se mueve como la cola de un dragón entre los barrios de copas, las calles de tiendas y los centros comerciales que pueblan las calles circundantes. Cada día, se estima que un cuarto de millón de personas recorre este trayecto, que une el puerto de Victoria con el barrio de Mid-Levels, a medio camino del pico de la isla.

La zona está repleta de pequeñas viviendas, tan cerca del trayecto de la escalera que se pueden casi tocar.

El “escalator” ha enfatizado los sentimientos “voyeuristas” de los honkonguenses, que encuentran un placer desmedido en observar a la gente ver subir y bajar desde la terraza de un bar lejano.

Y los pisos que tuvieron la suerte de quedarse a ambos lados del ingenio, a pesar de su falta de privacidad -o a causa de ella-, se han convertido en casi los más caros de Hong Kong.

En torno a la escalera, Hollywood Road, con sus restaurantes exóticos y sus tiendas de antig~edades, arte y fotografías viejas, es el corazón con clase de la ciudad.

A dos calles de allí, en Cat Street, una suerte de rastro en la que viejos vendedores exponen en sus puestos los objetos más inverosímiles, se encuentran objetos coloniales que no tienen precio.

Fieles a su metódica manera de entender el mundo, los honkonguenses manejan su escalera con marcialidad británica.

Entre las seis de la mañana y las doce del mediodía, la escalera baja, para que los ejecutivos y oficinistas puedan recorrer en unos minutos la distancia que les separa de su trabajo.

Durante el resto del día sube, con tranquilidad, y se mueve en dirección contraria para que las gentes puedan regresar a sus vidas.

Metafóricamente, en torno a este invento moderno, las tradiciones chinas se han mezclado perfectamente con el crisol cultural que es Hong Kong.

Ancianas queman papeles en las calles, a modo de ofrenda, a cien metros de donde un grupo de ejecutivos occidentales come ostras en un restaurante carísimo de Elgin Street.

“El Soho es uno de esos pocos barrios donde la gastronomía de todos los lugares del mundo, como la ucraniana, la nepalí o la española, tiene representación”, explica a EFE Alex, un escritor de golf nacido en la ciudad.

Dos calles más allá, antiguas ferreterías que no han cambiado nada en cincuenta años viven pegadas a tiendas de vinos pensadas para sibaritas.

Los bares de copas se unen a las antiguas casas de té y las tiendas de indescriptibles remedios farmacéuticos chinos viven pegadas a boutiques de alta costura y tiendas en las que se venden velas de diseño.

Y para colmo del respeto y la tolerancia, una mezquita, una sinagoga y la catedral católica comparten el barrio de manera armoniosa.

La escalera, que tardó dos años y medio en completarse y costó 205 millones de dólares de Hong Kong (26,3 millones de dólares o 21,2 millones de euros), estará obsoleta en el 2024, dicen los técnicos.

Pero hasta entonces, seguirá siendo una parte importante del paisaje de la ciudad y, sobre todo, el escenario favorito de los directores de cine honkonguenses y sus cinéfilos conciudadanos.

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