Cuando noto que en el mundo, pero especialmente en el país, surgen pensamientos y actitudes negativas, pienso que los que estamos comprometidos con el pensamiento humanista y cristiano tenemos que apelar al abandono de esas actitudes y propiciar un llamado al optimismo. Porque el negativismo para nada contribuye al buen vivir.
Debo admitir que en ocasiones esos pensamientos negativos -que no comprendo ni justifico- permean mi actitud personal al igual que a importantes segmentos de la sociedad. Por eso, me resisto a esa atmósfera negativa y decido continuar exponiendo mis ideas humanistas, entendiendo que contribuyen a una sana orientación. Analizando o sugiriendo positivamente las cosas que deben hacerse desde todos los sectores.
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Tengo presente lo que nos enseñaron desde pequeños acerca del servicio del bien común, en el sentido de que pueden ser un signo o manifestación particularmente eficaz del amor al prójimo. Las acciones de cualquier índole, incluyendo las que tienen que ver con el Estado y con la política. Con lo que desde mi óptica tienen un valor especial. Porque los cristianos estamos en el deber de comprometernos en este terreno. Ya que la vocación de los cristianos no puede verse como una simple invitación de Dios a la contemplación de su orden admirable, sino como una llamada obligatoria a una acción constante, austera y dirigida en todos los sentidos hacia todos los aspectos de la vida.
Siempre recuerdo algo que leí hace algunos años. Se refiere a que: “La comunidad cristiana afronta hoy una tarea enorme. Por lo tanto, debemos darle un acento humano y cristiano a la civilización moderna. El que esta civilización reclama y casi implora, para el bien de su desarrollo y de su existencia misma” Lo que sigue vigente hoy.
Por tanto, desatender un deber o lo que podría ser una llamada de Dios, o negarse a asumir el papel que la providencia en un momento determinado nos confía por medio de los acontecimientos, podría considerarse como una cobardía e incluso una traición.
Pero esta exigencia de formación y de acción compromete más o menos según la posición y las posibilidades de cada persona. Porque la vocación propia, dentro de las que es común a todos los seres humanos, se expresa a través de la situación personal y las capacidades o conocimientos recibidos por cada uno. Por eso es preciso que cada quien, de manera individual, en su puesto o posición, desempeñe su papel propio del bien común. Ya que para el cristiano siempre será posible ayudar a sus hermanos a tomar conciencia de lo que él mismo entiende.
Sin olvidar nunca las sabias enseñanzas aprendidas en la acción social simplificadas en tres deberes: ver, juzgar y actuar. Tres cosas que deberíamos tener presentes todos los humanos en todo momento al iniciar una acción, de manera especial en la función pública. Primero ver y analizar para no actuar de manera festinada. Actuar después de analizar y pensando de manera positiva y optimista.
Tener presentes que como parte de un cuerpo hay que seguir los lineamientos trazados por la cabeza. Sin protagonismos innecesarios o inoportunos. Actuar pensando en el conjunto. Hacerlo de manera efectiva pero fundamentalmente con sentido optimista. Porque si algo reclama el mundo y el país ahora, es optimismo esperanzador