Nuestros principales diarios destacaron en sus portadas del martes pasado los fallidos esfuerzos del transportista Blas Peralta, señalado por la Fiscalía del Distrito Nacional como el autor material del asesinato del exrector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Mateo Aquino Febrillet, por quitarse ese muerto de encima con el auxilio de un coronel retirado de la Policía Nacional encargado de su seguridad que, por lo que se ha revelado durante las investigaciones, se ocupaba también de otros asuntos. Como, por ejemplo, ayudarlo a “armar el muñeco” que le permitiera librarse del crimen que se le imputa, como revela la transcripción de la conversación sostenida entre ambos poco después del hecho, para lo cual el oficial sugirió cambiar el cañón del arma con la que disparó, y que no se entregara a la Policía hasta que “el muñeco” no estuviera completo y encontraran a quien pegarle el muerto. Y a juzgar por la frialdad conque uno y otro se pusieron de acuerdo para eliminar pruebas y fabricar una coartada que exculpara al transportista, da la impresión de que no es el primer “muñeco” que arman juntos. Sin embargo, un crimen tan burdo, perpetrado a plena luz del día y delante de las omnipresentes cámaras del 9.1.1, resulta imposible de eludir, sobre todo porque las autoridades actuaron con la rapidez y eficiencia que amerita un crimen tan alevoso y la relevancia social de su víctima. ¿Se hubiera salido Blas Peralta con la suya si el muerto hubiera sido un camionero? Por las informaciones que han salido a la luz durante las investigaciones, empezando por el hecho de que la pistola que se utilizó para matar al exrector pertenece a la Policía Nacional, que se la “cargó” a Peralta en su condición de “asimilado”, es fácil concluir que solo un muerto tan pesado, y por supuesto el buen trabajo de sus acusadores, puede enviar tras las rejas al poderoso y temido transportista.