El muro de Israel, construido en busca de calma renuncia a la paz

El muro de Israel, construido en busca de calma renuncia a la paz

Por ROGER COHEN
QALQILYA, Cisjordania.-
Dentro de la «sala de guerra», como se le llama informalmente, soldados israelíes observan pantallas de computadoras y televisores. Lo que ven son imágenes del muro o cerca o barrera -es todas estas cosas en diferentes lugares- que está transformando el paisaje físico y mental del conflicto palestino-israelí. Su labor es detener a cualquiera que cruce la barrera y así hacer más seguro a Israel.

Un oficial muestra el equipo: cámaras de visión nocturna encendidas las 24 horas sobre una barrera cargada de dispositivos electrónicos que señalan la ubicación precisa en que alguien la toca, asegurándose de que fuerzas israelíes lleguen al área a los entre dos y ocho minutos para impedir el tipo de infiltración de los atacantes suicidas palestinos que provocaron casi 100 muertos israelíes sólo en marzo del 2002.

La barrera, destinada a correr por 688 kilómetros, desde el norte de Cisjordania hasta su extremo sur, con numerosas proyecciones hacia el área, se ha convertido en un artículo de fe para estos soldados y oficiales. Es un instrumento efectivo, dicen, no una declaración política. Con un costo estimado de más de 1,000 millones de dólares, funciona y debe ser completada.

Si los israelíes van a la playa y los clubes de nuevo, y si los bombazos se han vuelto raros, es gracias en gran parte, insisten, a estos diques y torres de vigilancia y rollos de alambre de púas y kilómetros de cerca de alambre que separa a los dos pueblos, demarcando la brecha entre ellos.

La creencia en la barrera de ninguna manera se limita al ejército. La mayoría de los israelíes están cansados del conflicto, agotados por él. Quieren olvidar lo que ocurre ahí, en Cisjordania. Un muro les ayuda a hacer eso. Sienten que la paz estuvo al alcance en los años 90, pero ahora lo mejor que puede esperarse es una limitación de daños. Una cerca dificulta la tarea a los palestinos que quieren matarlos.

«Existe la sensación de que no se podrá resolver la situación en las próximas décadas, sólo se puede manejar», dice el historiador Tom Segev. «El muro es feo y terrible, pero también es una forma de manejar la situación».

Por ello, cuando el Tribunal Internacional de Justicia en La Haya determina que la barrera es ilegal, o cuando la Corte Suprema de Israel dice que su sendero planeado debe ser cambiado, muchos israelíes se encogen de hombros. La insistencia del Primer Ministro Ariel Sharon de que la barrera es necesaria para la autodefensa encuentra una recepción generalmente de simpatía localmente.

Las opiniones difieren sobre las razones para la caída pronunciada en los atentados explosivos palestinos este año. ¿La intifada está agotada después de casi cuatro años? ¿Yasser Arafat se acobardó por el asesinato israelí de líderes de Hamas? ¿La remoción de esos líderes desorganizó a los militantes palestinos? ¿Las incesantes patrullas por más de 12,000 soldados israelíes en Cisjordania han bloqueado los ataques?

Quizá cada teoría tiene su parte de verdad. Pero quienquiera que exponga estas ideas también tiende a ver la barrera como una garantía adicional efectiva de algo semejante a la vida normal en Israel. Seguro, el precio es alto -la derrota de la esperanza- pero así debe ser.

Lo que a menudo parece faltar en estas meditaciones israelíes es alguna comprensión de la vida de los palestinos del otro lado de la barrera. En esas pantallas de la sala de guerra la imagen más común es un palestino en un carro tirado por un burro que avanza por un camino de tierra. El contraste entre las cámaras israelíes de alta tecnología que producen estas imágenes y la existencia abyecta de los palestinos fotografiados ofrece una visión adecuada de la divergencia de las sociedades: un Israel del Primer Mundo que sigue adelante como mejor puede, una sociedad palestina del Tercer Mundo que va en retroceso.

Trasladarse por Cisjordania hoy en día es atestiguar el crecimiento de las redes paralelas. Los israelíes conducen en autopistas hacia asentamientos se extienden como guarniciones en las colinas. Los palestinos son confinados cada vez más a caminos de terracería al lado de estas carreteras.

En ninguna parte es más evidente esta separación que entre Qalqilya y la adyacente localidad cisjordana de Hable. Después de construir la cerca alrededor de tres lados de los poblados, las autoridades israelíes se dieron cuanta de que los dos lugares dependían uno del otro. Por ello ahora el ejército está construyendo túneles debajo de la cerca, para que sean usados por los palestinos.

Oficiales israelíes dicen que este es un gesto generoso. Están orgullosos de ayudar a que el túnel comunique a la gente. Señalan los árboles que florecen de naranjas como prueba de cómo «les permitimos entrar en sus campos». En una puerta, Mutassem Abu Tayem, un campesino palestino de 36 años de edad, espera en una carreta tirada por un burro a que se le permita entrar en sus tierras. ¿Su opinión? «Vivimos en una prisión y somos tratados como bestias».

Un trato justo, dirían muchos israelíes, para un pueblo que adoptó una estrategia nacional de hacer volar en pedazos autobuses llenos de niños. Pero en el área de Jerusalén, donde el muro es realmente una pared de concreto, la ofensa a los ideales del estado judío y las esperanzas que alguna vez tuvo Israel de vivir con sus vecinos parece incalculable.

Si mira uno en una dirección desde el Monte de los Olivos, se ven los muros dorados de la Ciudad Vieja, reflejando la luz. Si se gira al este hacia la aldea de Abu Dis, está este monumento gris a la derrota, matando la luz. A un lado, minaretes e iglesias y domos y sinagogas apilados, al parecer, uno encima del otro. Al otro, la cicatriz de un muro a través del territorio y la psique. La vida es una acumulación, la guerra una disección. Es evidente en el Jerusalén de hoy que la lógica de la guerra ha ganado.

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