El Museo Bellapart abre el Centenario de
Yoryi Morel

El Museo Bellapart abre el Centenario de <BR>Yoryi Morel

POR MARIANNE DE TOLENTINO
Escuchar a Danilo Santos hablando del costumbrismo en la pintura dominicana, de un modo simple, jocoso y ameno, como los que dominan perfectamente un tema, fue un deleite. El auditorio disfrutó muchísimo, y llovieron las preguntas.

Esta charla y comentario de obras se centró en Yoryi Morel, pero abarcó también a pintores anteriores –españoles, puertorriqueños,  dominicanos– y actuales –solamente  criollos–. Mostró así que es una verdadera escuela, susceptible  de alcanzar la maestría y un valioso documento acerca de la vida y los tipos humanos tradicionales.

Después de esta charla, la visión se amplía y presta una mayor atención a la representación de la gente y su hábitat, de sus faenas, sus celebraciones y su entretenimento. Yoryi Morel no se limitó a observar y recrear el paisaje –definitivamente sobresaliente–, sino al pueblo –retratos individuales y colectivos–, con incursiones en flores y bodegones.

La concepción retrospectiva y la distribución de los cuadros dan fe de una gran preocupación educativa, anhelando que el visitante mire y sienta los diferentes aspectos de una pintura acorde con su tiempo, y de la glorificación de un entorno, obviamente muy querido. Yoryi Morel plasmó el medio circundante, con amor entrañable e íntima convicción. La comunicación se produce intensa y naturalmente entre el espectador y la obra, como sucedió entre el pintor y los espectáculos que él luego plasmó. 

La exposición

Cada exposición individual montada en el Museo Bellapart se introduce con una gran fotografía del artista y un panel qui invita a comenzar la visita. Cada exposición sigue un guión y se nota que Paula Gómez, directora, curadora y museógrafa, ha planificado cuidadosamente el itinerario a emprender. La cronología rige el circuito, pero con cierta flexibilidad: hay el factor de que muchos cuadros no están fechados, sino que sus lineamientos  se inscriben en un período del artista. Simultáneamente el ordenamiento  de pinturas, pasteles y dibujos, ha sido determinado, analíticamente, por temas y sujetos. Es una propuesta que facilita la lectura pero no la impone, que orienta, pero tampoco coarta la libertad interpretativa. 

“Por los Caminos de nuestra Expresión”, un título armonioso que justifica esencia y contenido de la colección, pudo presentar una retrospectiva, felizmente sin gigantismo. Ese enfoque se logró por el carácter escogido del conjunto, desde que el joven pintor firmaba todavía “Jorge Octavio Morel” hasta las estampas emocionantes de la etapa final. La selección no persiguió acumular la mayor cantidad de obras, sino identificar épocas creativas y destacar pinturas “principales” sin restar importancia a las de menor formato e incidencia pictórica, lo que no es una tarea fácil para el curador y museógrafo.

Nos percatamos de hasta qué punto la producción de Yoryí Morel es a la vez nacional  y nacionalista, regional y regionalista, proyectando en el lienzo o el papel, una estética de su Cibao, sin que él tome las libertades del arte moderno ni se quede en un proceso deliberadamente conservador. Miramos esa naturaleza magnífica, esos campesinos  pintorescos o doncellas atractivas, esas procesiones de devotos, esas fiestas de música, bailes y libaciones, como sucesivos actos de fe, reinventando a los modelos inagotablemente. A pesar de la similitud temática, esta exposición nos demuestra que jamás hay una reproducción cuasi mecánica en series. La palabra “icono” se justifica. Si se considera que la pintura es el arte superior de la imagen, Yoryi Morel es un maestro en la imagen y su adecuación con lo real, fundiendo la objetividad y una creación inconfundible… que tantos infructuosamente han tratado de copiar.

Principales ejes de la exposiciÓn:

Andaduras iniciales
Espacio cotidiano
Tiempo de la memoria
Personajes vernáculos
Retratos
Naturalezas muertas
Bodegones y flores

El paisaje

Ahora bien, exceptuando excelentes retratos como el de Rafael Díaz Niese y vibrantes fiestas costumbristas –ciertamente insuperadas–, es en el paisaje que Yoryi Morel ha triunfado, un paisajismo probablemente sin par en la pintura antillana por su lirismo y su portentosidad, visión a la vez exterior e interior del artista.

Muy atinadamente, Danilo de los Santos, definitivamente el gran especialista –y desde hace muchos años– de Yoryi Morel, valora particularmente esta muestra al respecto: “El grueso de la colección yoryiana del Museo Bellapart es paisajística y se aprecia que con sus representaciones se puede recorrer el país desde el corazón mismo del Cibao hasta el litoral, en un viaje imaginario”. El historiador y crítico nos concientiza respecto al hecho de que contemplamos aquí ¡medio siglo de paisajismo yoryiano! No cabe duda de que aquellos tres árboles de 1927 constituyen una de las imágenes más impactantes, entre fauvismo y expresionismo. ¡Aparentamente no es más una obrita inocente, modesta y de juventud!

Afirmamos que, en la mayoría de los paisajes, late el estilo neo-impresionista, con la utilización de los toques contiguos, superpuestos o divididos, en la descripción interpretativa de las formas, y en la extraordinaria calidad de la luz, que, hasta barriendo el lienzo, llega a ser blanca y cegadora, cual el mediodía tropical, sin olvidar el juego con la sombra, recortando y dramatizando la perspectiva.

Tanto como los llameantes y emblemáticos flamboyanes, ejercen su fascinación los follajes frondosos, de cientos de pinceladas empastadas. Los efectos cromáticos se concentran en los verdes de riqueza asombrosa, en los azules de la cordillera, tan intensos como la Montagne Sainte Victoire de Cezanne, o la calidez de los amarillos que saturan de sol la tierra o la flor.

Tampoco cabe duda de que hay un Yoryi Morel expresionista, vehemente, emotivo, sintético aun, no son pocas las “visiones” –lo real se aleja– que lo atestiguan. Así las palmas de la “Tormenta”, una auténtica obra maestra, que desata el color en vientos y lluvias huracanadas. Es una de las joyas de esta colección.

Observamos el movimiento, a modo de constante en los paisajes de Yoryi Morel, con un raro caudal de variaciones. Los latidos, las vibraciones, los gestos, los golpeteos, los acentos, alternan y suman sus ritmos. No podemos olvidar que hubo un Yoryi Morel músico, que conservó su pasión por la música toda la vida, y que la llevó a la pintura, suprema correspondencia entre los sonidos y los colores, las notas y las pinceladas. Evocamos al escritor Alejo Carpentier que tan bien fundía –conscientemente– el lenguaje y la música. El virtuoso Yoryi Morel lo ha hecho espontáneamente en sinfonías y conciertos, sonatas y sonatinas pictóricas. ¿No manejó el pincel como el arco del violín? Apasionante sería poner en música los cuadros de Yoryi.

Con la exposición “Por los Caminos de nuestra Expresión” comienza gloriosamente el Centenario del Nacimiento de Yoryi Morel. Agradecemos al Museo Bellapart este ejemplo de un coleccionismo privilegiado, al igual que habernos motivado para rendir homenaje a la perennidad pictórica y la memoria de un insigne artista de Santiago, admirado, valorado, atesorado por todo el pueblo dominicano.

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