Justo ahora decenas de dominicanos contagiados por el coronavirus están perdiendo su capacidad de respirar, y de seguro se acercan inevitablemente a los brazos de la muerte. Nuestro sistema de salud pública no tiene capacidad para darles la atención requerida, y las principales clínicas privadas anuncian día tras día el cierre de sus puertas por falta de cupo.
Ningún sistema de salud del mundo está preparado para la crisis. Es cierto. Pero en las últimas dos décadas en República Dominicana la salud ha pasado de ser un derecho para convertirse en un jugoso negocio. Y la inversión del Estado ha sido una de las más deficientes de toda América Latina y el Caribe. Por eso la pandemia nos encuentra tan desprotegidos.
Frente a este escenario, Gonzalo Castillo, candidato presidencial del oficialista Partido de la Liberación Dominicana (PLD), se encuentra inmerso en una intensa campaña electoral camuflada de asistencia humanitaria. A simple vista se trata de un ejercicio de clientelismo, de construcción de capital político-electoral a través del intercambio de bienes o servicios con los electores o con intermediarios.
Era de esperarse que candidatos de los diferentes espectros se despojaran de todo escrúpulo y abordaran la pandemia utilizando las formas clientelistas de la política tradicional.
Sin embargo, el clientelismo durante la crisis del COVID-19 no puede verse como clientelismo común, pues quienes lo practican no están tratando de conseguir votos con la entrega de bienes o servicios de demanda corriente en el mercado.
La propuesta de la candidatura presidencial del oficialismo (colocada en una amplia desventaja en las encuestas) es adquirir simpatías electorales de los sectores más vulnerables a través de la entrega de mascarillas, pruebas, medicamentos y otros insumos que podrían hacer la diferencia entre estar vivo o estar muerto en las próximas semanas. Es un clientelismo sobre la muerte. Se trata de necroclientelismo.
La indignación auténtica, nuestras simpatías y hasta nuestros intereses particulares nos podrían llevar fácilmente a condenar el necroclientelismo de Gonzalo y el PLD por considerarlo oportunista, antiético o abusivo. Pero valorar el necroclientelisimo de Gonzalo y sus secuaces solo desde la perspectiva ética sería un error, además de un acto de indulgencia a favor de quienes están pensando, promoviendo o defendiendo tal abominación. Es el más perverso acto de corrupción de toda nuestra historia nacional.
Mientras miles de dominicanos abarrotan el sistema de salud pública en busca de una prueba de coronavirus, el necroclientelismo de Gonzalo corrompe la institucionalidad para poder desarrollarse, usando incluso a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional en sus productos de mercadeo.
Mientras las redes sociales se inundan de videos de personas que fallecen en sus casas por falta de atención, el necroclientelismo de Gonzalo invierte millones de pesos en promocionar sus puestas en escena, con el apoyo en redes sociales de un un amplio y caro batallón de bots y activistas digitales. Hasta el mismísimo Roberto Rodríguez Marchena, director de comunicaciones del Poder Ejecutivo, participa de esta campaña, intercambiando los reportes del Ministerio de Salud Pública y el Ministerio de la Presidencia con las “disposiciones” de Gonzalo.
Mientras en San Francisco de Macorís las familias se encargan de gestionar los cadáveres por su propia cuenta, por falta de capacidad pública, el necroclientelismo de Gonzalo y el PLD anda utilizando la marca y los recursos del Ministerio de Obras Públicas en actividades claramente proselitistas.
Mientras cientos de miles de ciudadanos presentan problemas para cumplir las medidas de aislamiento social porque dependen del chiripeo para comer, Gonzalo aparece haciendo campaña en horas de la madrugada en el aeropuerto de Las Américas, sin ningún tipo de fiscalización.
Mientras en televisión nacional el ministro de la Presidencia, Gustavo Montalvo, aparece advirtiendo que toda donación debe tramitarse a través del Ministerio de Salud Pública, por los noticiarios y las redes vemos a Gonzalo Castillo y a su equipo entregando directamente sus “donaciones” a miembros del Ejército Nacional.
El necroclientelismo de Gonzalo tiene nivel de Estado, y su mayor perjuicio contra la ciudadanía en estos tiempos de crisis global consiste en que distrae capacidades y recursos institucionales que deberían estar completamente concentrados en proteger la salud y la vida de todos los dominicanos.
Funcionarios del más alto nivel se encuentran pensando, aprobando permisos, gestionando recursos, posando para fotos, dando seguimiento o simplemente buscando la forma de dar like a la campaña necroclientelar del candidato de Danilo Medina, cuando deberían estar construyendo soluciones para la gente que pide a gritos las pruebas, para la gente que se está asfixiando en sus casas, para la gente que ni siquiera cuenta con una despensa donde guardar los alimentos.
Cada minuto dedicado al necroclientelismo es un minuto que Rubén Bichara, Monchy Fadul, Francisco Javier García, Roberto Rodriguez Marchena, Ramón Pepín, y otros ministros, funcionarios y estructuras del Estado dejan de dedicar a la protección de la salud y la vida de los dominicanos.
Si no podemos detener el necroclientelismo de Estado de Gonzalo, Danilo y el PLD, al menos hagamos un ejercicio para comprender su más profundas implicaciones.
Ya en el futuro quienes queden vivos podrán hacer los registros históricos y tomar las medidas para evitar que se repita una afrenta de tan nefasto significado.
¡Ah, aunque Gonzalo siga en las calles haciendo campaña, llévese de las autoridades y quédese en su casa!