El neoantihaitianismo  (1 de 3)

El neoantihaitianismo  (1 de 3)

MARÍA ELENA MUÑOZ
Desde los sucesos acaecidos en Hatillo Palma, hace dos o tres meses, donde algunos nacionales haitianos fueron perseguidos, maltratados, golpeados, etc., bajo acusaciones altamente novedosas en el argot intrainsular tradicional, como la de haber matado o robado a dominicanos e incluso el de haber puesto bombas caseras e incendiado algunos bienes de los habitantes de allí; nos asaltó la sospecha, de que asistíamos a un nuevo tipo de antihaitianismo, concebido bajo perspectivas al parecer inciertas y por ende peligrosas.. 

En virtud de que recientemente dichos acontecimientos se han repetido magnificándose en proporciones escalofriantemente inusitadas, como el de haber quemado vivos a cuatro haitianos en Haina y a otros en Valverde de ser atacados a machetazos limpios, acompañados de la destrucción de sus humildes viviendas y enseres; lo que convierte nuestra sospecha en una convicción ineludible. Mas aun, si la analizamos desde el ángulo objetivo de la evolución histórica del citado prejuicio.

En nuestra obra “Las Relaciones Dominico-Haitianas, Geopolítica y Migración”, página 35, nosotros ubicamos el nacimiento del prejuicio en la primeras invasiones haitianas de 1801 y 1805, realizadas a la parte española de la isla por los líderes de la revolución antiesclavista e independentista, Toussaint Louverture y Dessalines, respectivamente. En el marco de aquellas invasiones y entre otros objetivos, se aplicaron aquí en el este, las conquistas populares logradas en el oeste con el citado proceso libertario, como eran la abolición de la esclavitud, la discriminación racial, la reforma agraria, la libertad de comercio, entre otras; todas ellas destinadas a borrar las secuelas de atraso  y opresión de la dominación española. 

Como se puede observar, todas estas medidas reivindicadoras ejecutadas en el marco del avance haitiano, si bien favorecían las grandes mayorías, por razonamiento a contrario, afectaban negativamente los intereses de las clases dominantes. Ilustremos esta contradicción: cuando la oligarquía hatera, por ejemplo, sintió que podía quedarse sin sus esclavos, su obra de mano gratuita, que le podían fraccionar sus latifundios al igual que la Iglesia Católica, una gran propietaria  de la tierra, entonces, con los aprestos de la incipiente reforma agraria, que los sectores medios, tributarios de la actividad mercantil, candidatos a contendientes en el plano socio-económico, se fortalecerían con  el ejercicio del comercio, la sacudió un gran temor. El cual dio paso mas tarde a que aflorara un resentimiento que actuó como mecanismo de defensa de sus privilegios.

Pero fue en el marco de la ocupación haitiana de 1822 a 1844 donde tal resentimiento asume todas las características de un prejuicio, el antihaitiano. Porque en el ámbito de las invasiones citadas, contaminadas de la temporalidad que las marcó, sometidas como estuvieron a presiones de tiempo por razones diversas, aquellas conquistas no pasaron de ser un intento, un proyecto, que se concretizó en los 22 años del Gobierno de Boyer. En este período se producen cambios reales y contundentes en la estructura socioeconómica dominicana: la abolición de la esclavitud fue de carácter permanente, el sistema de tenencia de la tierra asumió el minifundismo de conformación haitiana el cual comenzó a coexistir con el latifundio, especialmente en la zona del Cibao. Fue allí donde más que en ninguna otra parte la pequeña burguesía aprovechó la experiencia haitiana para crecer y desarrollarse tanto en el plano material como en el ideológico. Pues no solo se favoreció del nuevo orden agrario, con el derecho de propiedad, sino también con otros logros, como aquel del ejercicio del comercio; fortaleciéndose a un grado tal, que en su seno comenzaron a generarse las ideas de corte nacionalistas que nos condujeron a la independencia de febrero de 1844, propiciando la caída del régimen de Boyer que la había catapultado, así como la reinversión del orden colonial por el republicano, este último más coherente con el sistema democrático burgués, su base de sustentación.

Mientras los sectores medios se beneficiaban de aquel contexto de ocupación para emerger de su debilidad congénita, dando pasos progresistas hacia el desarrollo capitalista, la oligarquía criolla apostaba al retroceso. Para lograrlo se amparaba en el recurso con que secularmente le dio alimento y vida al prejuicio en cuestión: la amenaza haitiana. Pero en el diseño de su proyecto antinacional, la estratagema consistía en identificar la amenaza real que  como vimos arriba, se cernía sobre sus privilegios clasistas en el marco de la ocupación haitiana, con la que le sobrevendría a la recién estrenada república, si aquella se materializara. Para evitar tal “desgracia” era necesario buscar “la protección” de una potencia extranjera, lo que implicaba en aquella coyuntura histórica, el regreso  a la dominación colonial europea,  en el ámbito de la cual sus intereses sí estaban garantizados, como sucedió con la Anexión a España en 1861.

Asistimos aquí  con la citada “amenaza”  a la primera manifestación utilitaria del prejuicio antihaitiano, la cual se mantendrá en vigencia en todo el transcurrir de la 2da. mitad del siglo XIX, asumiendo otras tonalidades al reciclarse en la centuria siguiente en el contexto del nuevo orden internacional, especialmente cuando las botas imperiales en su acción expansionista, establezcan aquí luego de 1916, el enclave azucarero y su base social la migración haitiana, tal como lo veremos en una próxima entrega.

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