En verdad que hay en la vida momentos trascendentes, como esos cuando uno habla con su propia conciencia, en meditación íntima. Me ha pasado recientemente y es de lo que quiero “conversar” con ustedes, mis siempre amables lectores en esta mañana dominical de este –cálido- otoño. En la librería Cúspide de Buenos Aires, Argentina, en nuestro reciente viaje ya comentado previamente con ustedes, adquirimos entres otras, dos obras excepcionales: “Usar el cerebro” de Facundo Manes, y “El aprendizaje del escritor”, de Jorge Luis Borges.
¿Qué me han permitido estas dos joyas bibliográficas? pensar en lo que soy, en lo que hago y que disfruto día a día. En esas funciones tan gratificantes para mi espíritu, que no siento el más mínimo arrepentimiento de haberlas hecho y si tuviera que nacer de nuevo, repetiría las mismas acciones: el ser neurólogo y ser escritor. “Divagué” con sus lecturas y me remonté a mi primer curso de la primaria (5 años), en el Colegio San Rafael, donde me alfabeticé. En la oportunidad me correspondió decir con gran honra, “el discurso” en mi graduación de “ya sé leer” ante un gran auditorio. Recuerdo con nostalgia, los empeños de mis padres y de Sor Laura, la dulce monjita mercedaria, para que yo no tuviera miedo escénico al decir mi primer discurso público. Debo aceptar que la terapia fue muy efectiva, no he vuelto a sentir miedo jamás, ante ninguno de los escenarios en los que la vida me ha colocado, ni en lo oral ni en lo escrito. Siempre he asumido el “yo” absolutamente, con inmenso respeto para todos, siempre con gran humildad y mansedumbre, con mucha caballerosidad, pero eso sí, sin cobardías ni medias tintas, no le temo al “yo”. Reconozco muy sinceramente que todo lo mediocre, lo insubstancial, lo frívolo y lo vulgar para mi pensante cerebro, son sucesos muy “nauseabundos”. Soy muy respetuoso del pensamiento individual y más del disenso, pero acepto sin rubor que a mis años no malgasto mi tiempo y por eso solamente me permito discrepar con personas equilibradas y muy inteligentes, soy así para bien o para mal ¡consummatum est!, como dijera el más grande de los humanos al morir, el crucificado mártir del Gólgota.
En los cursos primarios, en el Loyola, me gané entre otros varios premios literarios. En la secundaria, fundamos el periódico del colegio, lo dirigimos desde su inicio y era yo el editorialista. En la universidad, empezamos temprano la publicación de todos los folletos médicos de la facultad y numerosos manuales terapéuticos paridos de nuestra autoría (hidratación en pediatría, guía de neuroanatomía, las cardiopatías, la rabia, polio, derrames cerebrales, manual de tesis, etc.) y consecuentemente derivada nuestra producción científica, con varios libros escritos. La labor de colaboración a los periódicos nacionales se inició en los 70, en el desaparecido periódico Última Hora, de donde pasamos al Listín Diario por varios años y luego a donde estamos hoy muy contentos, en el Hoy. Ya como neurólogo, hemos escrito dos libros sobre el cerebro (dos más en prensa). Desde siempre quise ser médico, nunca pretendí en mis años de infancia ser “bombero, ingeniero o abogado”. La neurología, se inicia en mí siendo estudiante universitario, al ganar por concurso el cargo de Monitor de Neuroanatomía, enseñando en los cadáveres, con cerebros, médulas y nervios. Allí tuve la orientación de dos fraternos profesores, el Dr. Osvaldo Marté Durán y el Dr. José Joaquín Puello, en ese entonces publiqué el “Manual Práctico de Neuroanatomía”, lo que fuera mi primer parto bibliográfico.
Borges, el escritor, quien es una de las figuras más prominentes de la literatura de habla hispana, señala en su obra: “El oficio de escritor, es un oficio raro, pues necesita –todo-. Ser un escritor, en un sentido, es el que sueña despierto; es vivir una suerte de compleja doble vida”. Facundo Manes, por el contrario es médico neurólogo, uno de los más prestigiosos de la Argentina, preside la Universidad Favaloro y el INECO. Somos grandes amigos, y al enterarse de nuestra visita a su país, muy amablemente nos invitó a cenar junto a su familia en su hogar, en el elegante sector La Recoleta de la ciudad de Buenos Aires. Mientras disfrutábamos ricas empanaditas y delicados canapés con el exquisito vino malbec, “Gran enemigo”, él nos dedicaba su novísimo libro. Con el amigo argentino tenemos varias coincidencias, ambos somos neurólogos, egresados ambos de la escuela inglesa y a los dos nos gusta escribir. La lectura de estas dos obras, de argentinos prominentes, ha sido muy placentera, no les niego a ustedes mis amables lectores, que hice por ellas la ratificación consciente de que a ambas actividades, a la neurología y a la escritura, ¡las amo intensamente por igual!