El nido vacío

El nido vacío

 

 

Desde los años setenta, los expertos en relaciones humanas han popularizado la noción de “síndrome del nido vacío”, momento de depresión y sentimiento de pérdida que afecta a los padres, especialmente a las madres, cuando sus hijos se van del hogar.

El síndrome de nido vacío se produce cuando los hijos deciden hacer su vida fuera del hogar de sus padres; pero ante este hecho me parece primordial destacar dos disímiles elementos que presenta esta problemática.

Por un lado, están los padres que se han quedado solos, después de haber dedicado largos años de su vida al bienestar de sus hijos. Por otro lado, están los hijos que se fueron de la casa de sus padres, ya sea para formar su propia familia como para enfrentar la vida por sus propios medios.

Ante esto, nos encontramos entonces con el contexto ineludible de tener que entender que la menor comunicación de los hijos no se trata de falta de amor, sino de que los intereses de los hijos se han diversificado. Los bebés y los niños pequeños centran toda su vida en sus padres, obviamente dependen completamente de ellos, pero con el correr del tiempo, van apareciendo otros focos de atención. Al irse de su casa, tal vez lejos, se enamoran y tienen pareja e hijos propios, o viven solos y suelen tener trabajos exigentes. Por el simple hecho de ser adultos, generalmente tienen menos tiempo libre que cuando eran pequeños.

Me parece importante que los padres que se encuentran en esta situación, acepten que sus niños han crecido. El trato entre adultos puede ser muy gratificante, distinto al que tenían con ellos cuando eran pequeños, pero el amor, el cariño y la relación padres-hijos permanecen intactos, quizás con algunas modificaciones lógicas por las distintas edades y realidades.

Una reciente investigación sugiere que en ocasiones este síndrome del nido vacío, ha sido malinterpretado. Si bien la mayoría de los padres extrañan claramente a los hijos que se han ido a la universidad, a trabajar o se han casado, también disfrutan de una mayor libertad y de una responsabilidad más relajada.

Es un buen momento para hacer cosas que quedaron relegadas por décadas por ocuparse de los hijos: aprender algo nuevo, un hobby, viajar, lo que cada uno descubra que tiene ganas de hacer y ahora puede darse el gusto, sin culpas.

Hablando de culpas, los hijos que se van suelen cargar con este sentimiento, en especial ante reclamos de sus padres que ellos no entienden o que incluso consideran desmedidos. La mejor manera de llegar a acuerdos es hablando, que cada parte exprese lo que necesita y lo que puede dar, y tener siempre en claro, nuevamente, que el amor que durante toda la vida los ha unido sigue y seguirá en pie, para siempre.

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