El Niño que Vivió en la Cárcel es una interesante novela escrita por Francisco Oscar Espino Torres. Nuestro colega y amigo es un santiaguero de pura cepa, especialista en Ginecología y Obstetricia con post grado en Perinatología y ejerce su profesión en la ciudad de los Treinta Caballeros.
Lincoln López, quien prologó esta obra, señala: “la producción de novelas en Santiago ha sido muy escasa” y que “… un hijo de esta ciudad de Santiago de los Caballeros, Pedro Francisco Bonó (1828-1906), escribió su primera novela, El Montero, hacia 1848”… “Han transcurrido 166 años desde esa primera edición de la novela de costumbres de Pedro Francisco Bonó hasta la fecha y la producción de novelas en Santiago ha sido muy escasa”.
Sigue diciendo López que “el círculo se reduce aún más cuando indagamos en la clase médica con vocación literaria. ¿Cuántos médicos santiagueros han escrito novelas? Tampoco sé”. “Creo, dice el prologuista, no exagerar cuando afirmo que no deben pasar de diez los autores, partiendo desde 1848. No han faltado personas a las que he consultado aunque sin documentación que lo sustente, que el Dr. Francisco Oscar Espino Torres es el primero en hacerlo”.
La novela de 106 páginas inicia con el recorrido del tren desde Sánchez a La Vega, deleitándonos con el paisaje campesino y la agricultura de ese valle tan hermoso. Luego, relata las atrocidades cometidas durante la tiranía de Trujillo. Empieza su descripción cuando una patrulla de guardias, en el período del “corte” de la Era, detiene en Monte Plata a una paupérrima negra con su hijo desnutrido en los brazos al que, precisamente, iba a buscarle leche para alimentarlo. Luego de detenerla, la guardia de Trujillo le exige la cédula. Y como no portaba ese documento ni la “palmita”, la tarjeta que certificaba la membresía al Partido Dominicano, fue encerrada en la cárcel con su pequeño vástago acusada de haitiana. No valió que la mujer gritara que era dominicana hasta los tuétanos, ni los ruegos de que su bebé necesitaba alimentarse; que el bebé tenía hambre y que iba a buscarle leche. La acusaron, a pesar de sus ruegos y pedidos de piedad, de ser haitiana: lo más seguro por su color. Por eso, nos deja ver el autor de la novela, la dejaron, junto con su hijo, presa en una pequeña cárcel de esa población.
La fina sensibilidad humana de un guardia se apiadó del cuadro trágico de una madre angustiada y de un niño inocente asustado. Esto lo impulsó a hacerse cargo del bebé mientras estuviera la señora recluida.
Una vez en libertad, la madre fue a visitar al niño y al ver el trato que éste había recibido en el hogar del guardia, nunca más volvió. Posiblemente quiso protegerlo, aun en contra de su voluntad y procurarle un mejor futuro que ella no podía ofrecerle. El guardia y su esposa no supieron nunca más del paradero de la señora. Se había esfumado en las tinieblas de la miseria y del dolor humano.
La novela describe hechos históricos sucedidos en el país que posiblemente ninguna otra generación de dominicanos lo vuelva a vivir. Una dictadura cruel y sanguinaria, la invasión del 14 de junio, el ajusticiamiento del tirano, las elecciones libres y democráticas, el golpe de Estado, la revolución de abril del 1965, la era de los 12 años y la frustración de un joven que iba al extranjero con beca a formarse y fue truncado por el golpe de Estado.
La novela social recrea nuestros pueblos y los cultivos que la campiña del país ofrecía y ofrece. En fin, es una narración fascinante de las vicisitudes que acarrean los traslados de los guardias a otros pueblos como el de San José de las Matas, Constanza, Santiago y algunos del sur del país.
Ojalá otros colegas se interesen por la literatura y osen escribir novelas, ya que nuestra profesión nos brinda enseñanzas inagotables de escenas de la vida real que al describirlas serían de gran ayuda para la comprensión de nuestra sociedad.