Él no está ahí: ¡Resucitó!

Él no está ahí: ¡Resucitó!

¡Qué difícil es entender lo sobrenatural¡ ¡Qué acostumbrados estamos a ser guiados por lo que vemos y tocamos!

A pesar de ello, es imposible negar con justicia, que un día se cumplió en la tierra la profecía más trascendente de la historia. Jesucristo se levantó del sepulcro para culminar la obra de la cruz y sellar la eficacia y la veracidad del evangelio predicado.

¡Cristo no está muerto! Cristo vive!

Confianza absoluta, en medio de las situaciones más adversas, es entender que por vencer la muerte, el hijo del Altísimo está con sus ojos puestos en nosotros, listo para acudir a nuestra necesidad, con tan sólo dirigirnos a Él.

Convicción inquebrantable se establece en nuestra alma al reconocer que, un día no muy lejano, nuestros cuerpos serán levantados y estaremos con El Señor por toda la eternidad.

Sostiene todo nuestro ser y nos impulsa a seguir adelante, bajo Sus condiciones y no gobernados por las nuestras, estar conscientes del poder y la deidad del único camino, la única verdad y la única vida: Jesucristo el Señor.

Jesús de Nazaret, el desechado de los hombres, asumió nuestros pecados, llevándose toda la mortandad que sobre nosotros gravitaba, para darnos el privilegio de activar el poder de vida de resurrección, sobre cada escenario que conforma el drama de nuestra existencia terrenal.

Cortemos las amarras del razonamiento, las ataduras de la lógica, renunciemos a la primacía del intelecto y traspasemos las barreras impuestas por nuestra limitación humana.

Que la esperanza de la resurrección se convierta en una motivación, para que nuestros días en la tierra de los vivientes sean afirmados y establecidos en el real sentido de nuestra existencia: vivir creyendo que nos encontraremos con nuestro amado Señor Jesús, el Salvador de todo aquel que es capaz de decirle: ¡Cristo yo creo en ti!

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