El nombre del autoritarismo

El nombre del autoritarismo

CARMEN IMBERT BRUGAL
La conversión de Pedro de Jesús Candelier en la encarnación del autoritarismo dominicano, es desatinada. Facilona. Permite la permanencia de la tradición despótica, ligada, de manera irremisible, a la vida nacional. Con o sin máscaras, con o sin disimulo, con o sin discursos progresistas, la mandarria ha signado el nacimiento, desarrollo y desaparición de cuatro generaciones.

Ulises Francisco Espaillat escribió, a mediados del siglo XIX: “todos los gobiernos que ha tenido el país se han ocupado, no de gobernarlo sino de mandarlo…” ¿Cuál  gobierno, transcurrido el tiempo, ha actuado diferente? 

Después de la publicación del resultado de la encuesta, realizada por la firma Hamilton-Staff, contratada por el periódico Listín Diario, representantes de distintos sectores manifiestan su desazón y encono. Les preocupa el 58% que valida a Candelier. Proclaman la importancia de la democracia y temen su pérdida. La actitud recuerda aquel “no puede ser” de los intelectuales cibaeños mientras el brigadier Trujillo se acercaba al poder.

La aceptación de Pedro de Jesús Candelier a nadie debe extrañar. Es una ratificación. Ese hombre primitivo, como lo bautizara Joaquín Balaguer, satisface el deseo de orden, sin importar el cumplimiento de la ley. Expone además los pudores de aquellos que aprueban el autoritarismo encubierto y permiten, cuatrienio tras cuatrienio, su entronización. Prefieren el espejismo. Les permite medrar avalando pujos democráticos sin atreverse a exigir más. Aceptan las mamparas con nombres de partidos y defienden el voto como el único derecho a preservar. 

El antiguo director de Foresta y de la Autoridad Metropolitana de Transporte – AMET- no es un apátrida, tampoco un aparecido. Ingresó a las Fuerzas Armadas en el año 1973. La firma de continuos decretos determinó su vida pública. El rango de mayor general no lo otorga la voluntad del beneficiario, tampoco las Direcciones de oficinas gubernamentales. Es el único jefe de la Policía Nacional, proveniente del Ejército, que ha sido mantenido en su cargo por dos administraciones diferentes. Designado durante el primer gobierno del presidente Leonel Fernández acompañó también a Hipólito Mejía. No inventó los intercambios de disparos, ni el abuso de poder. Creció conociendo los excesos y la violencia, como la mayoría de la población. Fueron los jefes supremos de la Administración Pública, de las Fuerzas Armadas y los cuerpos policiales, quienes le asignaron funciones, cuyo desempeño resultó execrable para algunos y excelente para otros. La irritación por sus desmanes provocó el reclamo de su destitución y el Poder Ejecutivo no actuó. Lo necesitaba. Las justificaciones se sucedían. Las excusas también. Balaguer hacía lo mismo cuando se refería a “los incontrolables” o  repetía “la corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”. 

Ese “troglodita”, que apresó a tantos ricos y ordenó los disparos selectivos contra dirigentes de organizaciones populares, hoy licenciado en Derecho y productor avícola, todavía no cuenta con la estructura partidista que lo podría llevar a Palacio. Después de recibir los favores de quienes sintieron patrimonio y vida asegurados con sus acciones, percibe que el país lo necesita.  

“Personalmente, y junto a mi familia, creo en la necesidad de luchar para preservar el Estado de derecho y las libertades; creo en la necesidad de luchar para procurar, en el marco institucional, los planes y acciones que necesitamos urgentemente para que el hogar de cada dominicano y cada dominicana sea un espacio de paz y de felicidad y para que el barrio, el campo, la escuela, la fábrica o la oficina, sean espacios de construcción de un futuro mejor para todos, en un ambiente libre de todo temor”.

Exista o no Candelier, la prevalencia de valores y actitudes autoritarias es una constante. El siglo XX fue un compendio de macana e ilegalidad. La confusión entre orden sin ley aún persiste. El 67.3% de la ciudadanía prefiere el orden aunque haya menos democracia y el 83% cree que la institucionalidad del país precisa un presidente que debe ser como un padre (Encuesta Demos, 2004).

El capitán Quirino, imputado como responsable de traficar uno de los mayores alijos de cocaína, con proceso penal pendiente en un tribunal de EUA, fue convertido en el alfa y omega de la criminalidad dominicana. Satisfizo al colectivo que apareciera un negro, empresario, oriundo de Elías Piña, resumen de todas las infracciones. Su captura lo hizo emblemático. Ya no hay antes ni después. Él es, “el narcotraficante” y asunto concluido. Algo similar podría suceder con el celebérrimo Pedro de Jesús Candelier. El es, el autoritarismo. Y que siga la fiesta.

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