El nuevo apartheid

<p>El nuevo apartheid</p>

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Cuarenta y tres años después, un antiguo alguacil (sheriff) de Mississipi es sometido a la justicia y mantenido encarcelado, por la muerte de dos jóvenes negros en 1964, en una de las locuras racistas ocurridas en Estados Unidos.

Fue lo que la industria cinematográfica de Hollywood bautizó, en una excelente película, como el tiempo en que ardió el Mississipi (“Mississipi Burning” es el título del filme).

La indignación que me produjo ver la película se convierte en esperanza ante la actuación de la justicia norteamericana en ese caso.

Las ruedas de los cambios sociales siempre están enmohecidas y necesitan de mucha constancia, una gran reciedumbre, una decisión firme y una solidaridad sin límites.

La formidable lucha de Nelson Mandela por vivir sin temor, con dignidad, tener un lugar bajo el sol donde fuera respetado en igualdad de derechos, conmovió y movió los resortes del mundo hasta que el distinguido sudafricano recibió el respeto y la admiración de sus más enconados enemigos, quienes fueron capaces de reconocer la grandeza y el símbolo que representaba ese hombre a quien ellos mantenían en la cárcel.

¿Y por qué Mandela tuvo que pasar largos años en la cárcel para ser respetado?

Porque hay una tradición, de la cual cada vez quedan menos seguidores, de segregar, apartar, ningunear, tener al menos a personas de otra religión, color de la piel, educación, creencias políticas.

El reconocimiento de los derechos de las personas a ser respetadas es una conquista que se logra con una constante vigilancia y decisión, segundo a segundo de cada minuto de cada hora de cada día, sin descanso.

La lucha por el establecimiento de un Estado de derecho es tan antigua como el reclamo de respeto a la dignidad de la primera persona que enarboló esa bandera.

En un Estado de derecho establecido después de 1776, fecha de la Independencia de Estados Unidos, 1789, fecha de la revolución francesa y 1865, final de la guerra civil norteamericana y abolición de la esclavitud, no se concibe que haya desigualdad de derechos, que existan privilegios, que se practique la exclusión por ninguna causa, por ninguna razón, bajo ningún predicamento.

El mundo es viejo y el respeto universal a los derechos es algo reciente en la historia.

De ahí que haya resistencia a reconocer que todos somos iguales ante la ley. No hay ni debe haber privilegios. El mismo derecho que tienes lo tienen los demás, sean quienes sean. Cada cual tiene derecho a profesar la religión que quiera. La creencia en Dios sólo debe ser la que emana de su palabra. A todos hay que respetarles sus ideas, creencias y prácticas políticas. Todo aquel que respete la ley debe ser respetado por la autoridad.

Alarma que en Atlanta, patria chica de Martín Lutero King, a un legislador se le haya ocurrido que se debe segregar un condado de aquella ciudad para que los negros vivan separados en una demarcación y los blancos en otra.

Esa nueva demostración de odio de ese legislador debe ser rechazada en todas partes, por todo el mundo. Porque como dijo Bertold Brecht, ahora quieren segregar a los hijos de la patria chica de Lutero King, mañana será a los latinos, luego a los asiáticos, pero a todos nos quieren usar, allá, aquí y acullá, como si fuésemos esclavos.
Eso no. Ni allá, ni aquí.

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