El ascenso ayer al trono de Roma del primer estadounidense-peruano en alcanzar el liderazgo supremo del catolicismo, ocurre en el momento en que la humanidad es abatida por guerras de diferentes magnitudes que involucran o afectan a casi un centenar de países, el mayor número de conflictos bélicos desde la Segunda Guerra Mundial y que incluyen, pavorosamente, lo que merece calificarse de genocidio contra el pueblo palestino en la franja de Gaza. Se explica que, efectivamente, las agencias internacionales de prensa saludaran la conversión del cardenal Robert Francis Prevost en el Sumo Pontífice León XIV, expresando la esperanza de que pueda significar el surgimiento de “una voz fuerte que promueva la paz, la justicia social, la dignidad humana y la compasión”. En sus primeras declaraciones, ungido para la más alta dignidad del clero apostólico y romano, el proclamado Vicario de Cristo número 217 de la historia, hizo suyo el legado de su antecesor, el recién fallecido papa Francisco, glorificado por su particular inclinación hacia los pobres y marginados, que llevó su pontificado a caracterizarse por una profunda preocupación por la pobreza y la desigualdad.
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En la agenda trunca que recibe el sucesor, quedó pendiente abordar temas como: trazar una nueva doctrina sexual para la feligresía, redefinir la indisolubilidad del matrimonio canónico, colocar a la Iglesia bajo un gobierno compartido y diseñar una nueva política exterior para el Vaticano. En la primera reacción de muchos fieles que superaron los 150 mil presentes en la Plaza de San Pedro, al pronunciarse el tradicional “Habemus Papam”, se palpó la aspiración de que la misión del nuevo líder eclesiástico esté orientada a buscar la solidaridad, la reconciliación y la construcción de un mundo justo para todos los cristianos. En el significativo pasado de León XIV que lo vincula al país, aparece su condición de nuncio de Su Santidad en República Dominicana, en el período 2000-2004 y luego estuvo en esta tierra en el 2011, visitando el Colegio Agustiniano, en La Vega, donde fue reconocido por sus antiguos compañeros de la orden de San Agustín.