El nuevo rostro dominicano

El nuevo rostro dominicano

Acostumbrados como estuvimos por tantos años al sosiego, el respeto al prójimo y a practicar una política de buena vecindad, los dominicanos tropezamos de repente con un estilo de vida que conmociona el espíritu.

Los actos de vandalismo, la ratería de poca monta, el crimen organizado y los más espeluznantes actos de barbarie nos pueden conducir a situaciones nunca anheladas.

Asistimos cada día a los hechos más lamentables, a las acciones más repudiables, a los actos más indecorosos.

Las burlas descaradas a la ley, al orden y a las normas de decencia, nos llevan al descreimiento de todo y de todos.

La desconfianza aumenta hasta para con aquellos que teníamos como ejemplos de buena conducta y comportamiento singular. Es que se han saltado todas las reglas, se han ignorado los protocolos y violentado todos los límites.

La ética se ha convertido en letra muerte para muchos, y la solidaridad se esfumó de los manuales hasta terminar en el olvido.

Me cuento entre los que consideran que, sin embargo, hay muchas oportunidades para mejorar, para reencausar la nación por  derroteros de prosperidad.

El año que recién inicia nos permite fijar las metas para ser un ciudadano más comprometido con el desarrollo, personal y colectivo; tenemos que hacer causa común con un país más nuestro, más querido, más respetado y digno de imitar.

Debemos asumir la firme tarea de cambiar el rostro que hoy exhibe la patria, por otro que proyecte al dominicano que ayer fue cálido con sus semejantes, respetuoso del anciano y solidario con los que menos tienen.

No debe ser solo una tarea de políticos emprender acciones sociales,  de defensa de nuestro territorio, en todo el sentido de la palabra.

Por doquier se respira el anhelo de cambiar el rostro de la actual República Dominicana. ¿Se puede?

¡Claro que se puede!   

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