El nunca acabar de las deportaciones

El nunca acabar de las deportaciones

CÉSAR PÉREZ
La manera aparatosa, salvaje y humillante como las autoridades dominicanas usan el recurso de las deportaciones masivas de nacionales haitianos, de dominicanos de ese origen o simplemente quien lo parezca, a juicio del militar o civil ejecutante de la acción, obedece a diversas razones y podría tener consecuencias funestas tanto para la sociedad dominicana como la haitiana.

Esas deportaciones son frecuentes. Casi a diario, sin embargo, para realizarlas de carácter masivo generalmente los gobiernos lo hacen en determinantes coyunturas que les son desfavorables, para desviar la atención de la población, circunstancia ésta que no es difícil de producir, dado la sistemática labor de algunos sectores en la creación de un febril clima de nacionalismo exacerbado, alimentado por el fantasma del peligro de la patria que representa el «extranjero invasor, portador de enfermedades y de violencia».

Es la relación perversa que existe entre cierto tipo de nacionalismo y la xenofobia y el racismo que en diversos países ha provocado holocaustos, y una diversidad de abusos y vejaciones contra grupos étnicos, religiosos o simplemente percibidos como diferentes. Muchas de esas acciones han encontrado sus justificaciones ideológicas y hasta pseudo científicas, a lo cual se han prestado muchos intelectuales.

El principal factor que determina el flujo migratorio de nacionales haitianos hacia República Dominicana lo constituye el sostenido crecimiento económico de ésta, el cual independientemente como se haya distribuido la riqueza, ha producido en la población dominicana un proceso de desvalorizasen de algunas actividades laborales, que son ocupadas por la mano de obra haitiana. En todas las sociedades que tienen como vecinas otras de menor desarrollo se produce esta desvalorización del trabajo al producirse una relativa mejoría de las condiciones de vida de la población receptora de la mano de obra barata.

Esa mano de obra, cuando es masiva, no solamente hace labores productivas que por las duras condiciones en que se realizan son rechazadas por los nacionales, sino que además realiza una gama de actividades no siempre productiva de riqueza directa, que diversifica su presencia en varios ámbitos de la vida nacional, produciendo las naturales reacciones de prejuicios y rechazo en la población receptora.

Ese prejuicio, en tanto fenómeno sociológico, constituye la fuente para la elaboración ideológica del racismo y la xenofobia, algo que no puede ser soslayado. Desconocer la componente sociológica de las actitudes racistas y xenófobas puede hacernos caer en el anti racismo ingenuo. Existen claras e innegables diferencias entre haitianos y dominicanos, nadie en su sano juicio en Haití o en República Dominicana lo niega, pero cuando de estas diferencias se quiere llegar a la afirmación de que aquellos son inferiores a estos, llegamos al racismo y la xenofobia y de esa manera nos espantamos en la búsqueda de una salida racional y civilizada del tema.

La matanza del 37, la forma dominicana de «solución final» al «problema haitiano», en su momento, parece ser el reflejo condicionado que determina la reacción de algunos intelectuales nuestros, cegados por la pasión nacionalista, cuando suceden hechos de sangre en los que de una u otra manera están involucrados haitianos o dominicanos de ese origen, como el ocurrido en Hatillo Palma hace dos semanas.

Cuando algunos de nuestros intelectuales nacionalistas plantean una suerte de grito de guerra, al exclamar: «o ellos o nosotros», al tocar el tema de las migraciones haitianas, manifiestan un espíritu de cruzada que no conduce a la solución del tema, todo lo contrario, contribuye a enrarecer el ambiente para tratar una cuestión tan importante como compleja.

Esa circunstancia se agrava también por el desconocimiento de la complejidad de esta problemática, la poca profesionalidad con que generalmente los principales jefes de los organismos de migración y los cuerpos castrenses la enfrentan, además por la manera puntual, la corrupción y abuso que siempre acompañan las deportaciones. De igual modo, la manera tardía y casi siempre torpe en que los jefes del Estado dominicano reaccionan frente a estos hechos.

La cantidad de migrantes extranjeros en un país no determina ni es la causa principal de las actitudes racistas y xenófobas. A los dominicanos en Puerto Rico o en algunas ciudades europeas se les endilgan los mismos epítetos degradantes que muchos dominicanos de aquí les endilgan a los haitianos, sin que aquellos constituyan la significativa cantidad de éstos en nuestro país. Sin embargo, ningún Estado está en grado de soportar una cantidad ilimitada de extranjeros en su suelo ni ninguna sociedad los acoge sin que se produzcan tensiones y rechazos.

En tal sentido, la solución del tema se logrará con discusiones serias donde se reconozca la complejidad del problema y sin frenéticos llamados a la «solución final», que parece ser del gusto de unos pocos que quisieran imponérsela a la mayoría del pueblo dominicano. La no aceptación de las diferencias, como la igualación sin matices, conduce a la incomprensión; de ella sólo gana la irracionalidad, las actitudes belicosas y las deportaciones inconducentes que nunca terminan.

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