El odio a los monumentos de los funcionarios

El odio a los monumentos de los funcionarios

Si se hiciera un recuento de la desastrosa situación de los monumentos esparcidos por todo el país, se caería en la cuenta de que todos tienen un rasgo distintivo de que los gobiernos no le dan mantenimiento para su preservación y lucirlos atractivos para la visita de quienes les interese conocerlos, aparte de fotografiarse junto a ellos.

Existe una cadena con eslabones muy pesados de la falta de mantenimiento, que si un visitante llega al aeropuerto de Las Américas, y se le guía por los monumentos de la parte oriental, se topa con un Faro a Colón apagado y casi siempre rodeado de malezas que impiden disfrutar de ese entorno y se eliminaron de una zona con motivo del Día de la Raza. Hasta la fuente externa en honor a los países están destruidas, aparte de las aceras que rodean al faro.

El Acuario Nacional es una excepción y se encuentra en buenas condiciones para variar, pero el entorno natural luce descuidado. El Monumento a la Caña, en las cercanías donde estaba la destilería Barceló, muestra las acciones del vandalismo que se confirma de mala manera en la Plaza La Trinitaria, abandonada y refugio de harapientos, drogadictos y convertida en letrina y basurero que ahuyenta a los peatones cruzar por sus alrededores.

Para obviar ese desprecio ancestral al mantenimiento, el Gobierno tuvo que pintar todos los edificios de apartamentos a lo largo del elevado de la avenida 27 de Febrero, que lucían en un estado ruinoso por dejadez de sus ocupantes y de las autoridades municipales, que nunca lo habían atendido con una mano de pintura para que el visitante no recibiera una impresión negativa al llegar a la ciudad colonial, llena de ricas joyas arquitectónicas en proceso de rescate después de tantos años de descuido.

Si se baja por la Avenida del Puerto, al llegar al monumento de Fray Antón de Montesinos, que impresiona por lo colosal de sus rasgos, se topa con un basurero lleno de desperdicios de construcción, que parece que nadie se ocupa de terminar los trabajos de mantener la limpieza de un monumento que pasará a la historia, no por lo que significa para la humanidad, sino por haber sido el campo de operaciones de un obispo extranjero pederasta. El Fuerte de San Gil, frente al obelisco hembra, dejó de ser un atractivo para convertirse en una inmunda ruina colonial a la que no se le pone caso y el entorno espanta por sus condiciones.

La Catedral Primada de América, así como los demás museos de la zona colonial, pese a la precariedad actual de su acceso por los trabajos de remodelación de las calles y de algunos edificios, se destacan por el buen estado de conservación gracias al empeño de diversas organizaciones y contando con la energía proactiva del Cardenal López Rodríguez para mantener a esas joyas con el brillo colonial de su época de mayor esplendor.

Si el visitante visita la Plaza de la Cultura, el desengaño aumenta al encontrarse con un Museo de Historia Natural que hace pocos años, por descuido, sus exhibiciones adquirieron un contagioso moho que enfermó a muchos empleados y un alto funcionario falleció a consecuencias de la contaminación y estuvieron afectadas casi todas las especies disecadas o preparadas con polímeros. El Teatro Nacional se debate en su agonía por el descuido de proporcionarle un mantenimiento continuo, que explotó de mala manera cuando bajo un aguacero el escenario principal del teatro se inundó y precipitó la acción oficial de anunciar su cierre a partir de enero del 2015, para remodelaciones y reparaciones generales.

Al utilizar la Plaza de la Cultura para la feria anual del libro ahora lucen muy descuidados sus jardines, que otrora eran bellos, y dejando casi todo a oscuras. En la zona del conservatorio en el antiguo parque zoológico, se ha convertido en un lugar de enfrentamiento entre la cultura y lo popular, al construir un anfiteatro al aire libre y gastar millones de pesos “solicitados” a los empresarios para instalar un millón de bombillos en la época navideña.

 

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