El odio como factor de cohesión social

El odio como factor de cohesión social

En una encuesta realizada años atrás, la mayoría de los dominicanos reportó que “desearía emigrar a otro país”. No en vano somos descendientes de migrantes, unos por necesidad y aventura, otros traídos a la fuerza. Los nativos que sobrevivieron a las espadas y las epidemias importadas no querían habitar con los españoles… “ni siquiera en el cielo”.

Probablemente ningún otro pueblo ha padecido tantos abusos e intromisiones de potencias extranjeras. Los imperialistas ingleses, franceses, holandeses y españoles no nos dieron tregua. Los piratas nos saquearon a voluntad, los españoles pegaron fuego a pueblos enteros para que no hiciéramos negocios con otras naciones. Los haitianos abusaron y masacraron nuestras poblaciones,  y los norteamericanos nos han invadido cuando han querido. Líderes, dirigentes y caudillos no han sido capaces de organizar nuestras estructuras sociales y económicas y hasta los de más luces han terminado como vulgares depredadores del erario nacional. El padre Boil profetizó cuando nos llamó “la isla de las vicisitudes”.

Hay quien piense que si hubiere menos tiburones entre aquí y Puerto Rico, y menos dificultades para vivir como inmigrante en otros países, aquí quedaría poca gente. Porque aún los que no las pasan tan mal, cuando los pobres hubieren emigrado, sin quienes nos ayuden con la carga, también nos marcharíamos.  Y dejaríamos este paraíso a quienes más posibilidades tienen de sobrevivir aquí: los haitianos, que nunca han desmayado en su propósito de poseer este lado de la isla; y los inversionistas (y los turistas).

Muchos dicen amar el país, pero a su manera. Y cuando dicen: “mi país”, lo hacen con un “mí” posesivo, pensando que el suelo y lo que en él hay, les pertenece solo para usufructuarlo y depredarlo. No diferentemente al macho que golpea inmisericorde a “su” mujer, porque esta “le pertenece en cuerpo y alma”.

Es  ingenuo asumir que las sociedades permanecen solo en virtud de la afectividad y la “coherencia social”. Carecemos de propósitos comunes. Confundimos estos con los propósitos semejantes: cada cual busca lo suyo. El compromiso afectivo es vital dentro de la comunidad, pero aún en la parentela se ha debilitado mucho, y las familias se están volviendo disfuncionales en muchos aspectos.

Oportunista y explotadores, e igualmente los que no tienen o no aceptan las oportunidades a su alcance, se las buscan de mala manera. No aman patria ni compatriotas. Los toleran, necesitan  la comunidad porque tienen en los demás sus víctimas y sus referentes, con los cuales necesitan compararse, alguien a quien ganarle para “tener éxito”. El odio puede sustituir el afecto como fuerza gregaria dentro de una patología social sin salida. Especialmente cuando “el amor al prójimo” ha sido mayormente una farsa de avasallamiento de clase. Los poderosos han demostrado poca solidaridad con los pobres, y los que gobiernan han desarrollado “cohesión y unidad” solamente dentro sus propias familias y clientelas. Si no fuese por la precaria base cristiana de la cultura dominicana, tendríamos pocos elementos por los cuales permanecer, excepto, quizá, por estar rodeados de tiburones… y de haitianos.

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