El olfato y la Magdalena de Proust

El olfato y la Magdalena de Proust

A final del año pasado tratamos el tema del olfato (2 de diciembre) donde describimos las complejidades cerebrales del más antiguo de los sentidos. En la oportunidad, recibimos un atento correo de un gran amigo neurólogo, para sugerirnos que comentáramos el tema de la “Magdalena de Proust”. De eso tratará este “conversatorio”, del llamado efecto Magdalena de Proust. Consiste en algo que todos hemos vivido: cuando recibimos una estimulación sensible (olfatorias, visuales, gustativas, táctiles, etc.) se inician unas acciones sensoriales en nuestro cerebro, y recreamos el pasado, una muy compleja reacción generada por la evocación de una experiencia vivida; por ejemplo, el olor del dulce recién hecho de la abuela, que disfrutamos en la infancia, entonces ocurre que, al oler algo parecido, lo volvemos a “degustar”. Es la capacidad cerebral de “recrear” recuerdos que han estado relacionados con emociones intensas.
Quién me escribió fue el prominente colega neurólogo, el Dr. Virgilio de Peña Añil, que ejerce en San Francisco de Macorís. En ese momento, volví a evocar los momentos en que ambos éramos ayudantes de profesores de Neuroanatomía (monitores), en la oportunidad, en el sótano de Anatomía. Virgilio, caracterizado siempre por una gran cultura y un temperamento de permanente alegría, estuvo por igual en nuestro equipo de auxiliares de profesores para enseñar a los estudiantes a identificar en los cadáveres, los músculos, la médula espinal, los plexos, los nervios periféricos y el mágico cerebro. Dentro del grupo estábamos: Fernando Sánchez Agramonte, Rolando Álvarez, Luis Taveras Lucas, José Juan Castillos, Secundino Ramírez Torrens y Rafael Montero, todos ellos muy inteligentes (se ganaba por concurso). Hoy todos son distinguidos médicos en ejercicio. Entonces, bajo la dirección del muy querido neurocirujano, el Dr. Osvaldo Marté Duran, quien fue un verdadero “Maestro” para todos nosotros, del que estaremos siempre agradecidos.
Volviendo a la “Magdalena de Proust”, es llamado así el fenómeno cerebral de evocación de algo ya pasado pero penetrante en lo sensorial, en honor a Marcel Proust, novelista y ensayista francés, quien publicó en el 1913, la que es considerada como una obra maestra de la literatura occidental, la novela “En busca del tiempo perdido”. En esta obra evoca su infancia al degustar un poco de té con una mordida a una magdalena: “cerré mis ojos y volví a ver la fachada gris de mi antigua casa”. Una Magdalena, es un bizcochito (hojaldre) hecho en un molde pequeño en forma de concha de ostra, son muy comunes en las pastelerías francesas y españolas. Esta referencia de su pasado aparece en el primer libro (El camino de Swann) uno de los siete tomos, que componen la compleja novela. En lo particular, conocí a temprana edad a Proust, mi padre era uno de sus admiradores.
Podemos afirmar que la memoria es un sistema inteligente ya que aprende y “reaprende” durante su existencia (en otras palabras, siente su entorno y se instruye cada vez que se presenta, cuál es la acción que le permite alcanzar sus objetivos) actúa continuamente, en forma mental y externa y utiliza todos los sistemas interiores para lograrlo. En este sentido podemos afirmar, que la memoria (o las memorias), el contenido de la información de tipo emotivo es inicialmente elaborado por los sistemas límbicos, como la amígdala cerebral, seguido luego hasta los elementos de la corteza cerebral (cingulada y prefontral) para hacerse consciente.
Haber coincidido con una situación igual o similar a una experiencia penetrante del pasado, implica que surjan los mismos componentes emocionales vividos, sean sensaciones positivas o negativas. Todos hemos tenido esas “desenterradas experiencias emocionales”, y aquí comparto una de las mías: en mi infancia, estaba prohibido que en la casa nos brindaran café, pero íbamos los sábados temprano donde mi madrina y tía abuela, Rosa Cruz Gómez de Gastud, (la tía Cucú), y evoco con nostalgia “saborear” el pan de agua recién hecho, mojado en el café; no les niego que al percibir el olor del aroma del café, me remonto a esos años infantiles de gran felicidad. Este es un ejemplo de la llamada “Magdalena de Proust”. Fue Joseph LeDoux, un experto en el estudio de las emociones como procesos biológicos, quien encontró una explicación anatómica para esos momentos en los que sentimos que “algo” nos ha precedido y nos ha impulsado a actuar de determinada manera, de este tema luego “conversaremos”. ¡Disfrutémoslos, siempre que estos sean recuerdos gratos!

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