El olor de la pobreza

El olor de la pobreza

JUAN MANUEL PRIDA BUSTO
La pobreza apesta.
Apesta, pero gusta a muchos.
El hedor de la pobreza es fragancia de negocios, de beneficios.

Es tentación de poder. Saber manipularla, distribuirla, asegura llegar a la cima.

Sólo es cuestión de estrategia.

Es fuente de enorme satisfacción y estímulo humanitario para quienes la administran y dosifican.

Jugar con ella es de lo más divertido y rentable.

El juego es sencillo. Se convoca a sus integrantes, a los representantes de la miseria, se les pone en fila (no siempre resulta fácil, pero se hace el intento) y se les lleva ante el Dios proveedor, dador de esperanzas envueltas en cajas o en bolsas de papel o plásticas.

Unos cuentan las cabezas de los míseros peregrinos (los brazos no, que sería dar el doble, y la esplendidez es estrecha, de pose), hacen números otros que llevan buena cuenta de las ganancias.

No se amontonen, mantengan la calma, no ven que está la prensa, que hay fotógrafos, camarógrafos, periodistas de todos los medios, y luego qué dirán todos por ahí de nosotros y de ustedes, dice uno de los integrantes de la parafernalia dadivosa en tono de dulce advertencia, enfatizando la importancia de la imagen que percibirá la colectividad.

¿Y si se acaba? Yo tengo a mi marido y a mis tres hijos que no comen desde ayer, y estamos en esta fila desde la madrugada, responde una menesterosa, preocupada por la suerte de los suyos en casa, con hambre, corriendo tras la esperanza de comer algo.

No se preocupen, que hay para todos. Lo importante es que mantengan el orden, recalca uno de los encargados de que las ovejas no se descarríen en medio de tan magnánima ocasión.

A lo lejos, uno de estos eficientes dosificadores de esperanzas pasajeras, ve a un hombre parado en medio de la multitud con una pancarta.

Quiero comer todos los días, no una sola noche. Quiero un empleo.

Al leerla, se asusta. No esperaba encontrar algo así. Este nos va a dañar el acto, que hasta ahora va tan bien, piensa, mientras con un enfático gesto de desagrado ordena que lo saquen de allí de inmediato.

La pobreza huele a mentira, a escarnio, a negocio, a demagogia.

Todos dicen estar preocupados por disminuirla.

Muchos arriesgan la desafortunada y descabellada propuesta de erradicarla totalmente…aunque en un plazo tan largo que no hay necesidad de esforzarse en planificarlo. Se irán por su cuenta los habitantes del mundo de la pobreza, no por voluntad propia, sino por ser míseras sus posibilidades de perpetuarse entre los vivos, escasas sus fuerzas y posibilidades para lograrlo.

Seguiremos flotando en un cómodo colchón de palabras huecas llenas de riquezas.

Seguiremos viendo cómo crece la pobreza, la miseria en toda su amplitud y manifestaciones.

Seguiremos contemplando el triste y denigrante espectáculo de ver multitudes haciendo largas y tortuosas colas para conseguir algo que llevarse a la boca, presidiarios de la vida, reos del infortunio.

Ahogados en palabrería, huérfanos de acciones concretas, los condenados recorren sus días a paso cada vez más lento, mientras sus escasas fuerzas quedan marcadas en el suelo en cada huella que estampan en el polvo del camino.

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