El optimismo de Manuel Castells

<p>El optimismo de Manuel Castells</p>

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Manuel Castells es sin lugar a dudas un sabio en la era de la información globalizada. Pero es a la vez (creo yo) un honesto “neoutopista” que parece seguir creyendo en la vieja y romántica conseja de que “el crimen no paga”, lo cual obviamente lo exonera de abordar de modo metodológicamente científico el escabroso tema de “la criminalidad en la sofisticada era de la información”.

Penny Lernoux, en la Introducción de su libro “Esos bancos en los que confiamos”, dice: “Un tema se repite a lo largo de todo el libro: la complacencia de la sociedad norteamericana, que tolera, e incluso admira, a los gangsters de la mafia y al operador triunfal que comete un crimen vulnerando la ley. O, como dijo un investigador: “Ya es hora de que los norteamericanos reconozcamos que es pura tontería la idea de que el crimen no es remunerador.

El crimen rinde más que cualquier otra profesión, con menos riesgo y mayores beneficios. “Especialmente para los Bancos”; termina diciendo Penny Lernoux.

El mundo de la información globalizada, es a la vez el de las mafias especializadas y diversificadas, corporativamente organizadas y con pleno acceso a las nuevas tecnologías que el saber y la información aportan, y que además operan al margen de cualquier código de honor no escrito característicos de las mafias tradicionales.

La ganancia ilimitada parece ser la regla de oro de este nuevo sistema situado ya fuera del control de los débiles estados nacionales debilitados por la solapada acción erosiva de las ONG y de una ambiciosa e insolidaria clase de políticos sin clase que intentan convertir el sistema partidario en auténticas mafias.

En el cursante siglo 21 el mundo ha perdido definitivamente la batalla contra los gravísimos males que aquejan a la humanidad entera: la degradante y creciente postración a que la pobreza extrema afecta a una cada vez más creciente población humana; la degradación del medio ambiente; la ilimitada corrupción política; la sistemática desaparición del estado de derecho; el terrorismo interno y externo, y en nuestro medio, la carente gestación de una activa y motivada clase dirigente con una visión de futuro seriamente comprometida con el bienestar y el futuro de una “nación” que hoy es piadosa y eufemísticamente calificada como un auténtico estado fallido.

Es un falaz engaño la presunción de que el conocimiento sea un efectivo recurso liberador de la pobreza. Tal como están y marchan las cosas, la pobreza no es una cuestión de una alta tecnología que propende a la robotización del trabajo en beneficio de las ganancias de los ricos; sino de la aplicación de efectivas políticas públicas que permitan a las preteridas mayorías acceder a los reclamos del estómago y la mente sana, en la opulenta sociedad consumista que preconiza la globalización.

En lugar de ello, los gobiernos han preferido sustituir el espacio público por el propagandístico que sólo requiere de quienes gobiernan extensos y vacuos discursos seguidos de prolongados aplausos, que aunque obvian escabrosas pero urgentes decisiones, erosionan en silencio la credibilidad pública.

He leído que el avance tecnológico y la investigación científica aportan nuevos recursos, pero no finalidades. No se puede pues afirmar a priori que su uso o aplicación resulten positivos para la humanidad. Para que lo fueren, hay que poner en movimiento planes de reforma institucional que le confieran finalidad socialmente positiva.

Son innumerables los beneficios que la internet ha aportado al mundo ensanchando las comunicaciones y el ámbito de los negocios; pero no son menores los peligros implícitos en la utilización de la red con fines criminales por mafiosos y el terrorismo internacional. Ese portentoso invento, está ya en vía de convertirse en una tremenda calamidad global de difícil control.

Mientras tanto, seguirá vigente el viejo proverbio alemán que dice: “el pobre es la vaca del rico”.

William Shakespeare decía por boca de Hamlet: “si es ésta la hora, no está por venir; si no está por venir, ésta es la hora; y si ésta es la hora; vendrá de todos modos”.

Corresponde a los buenos políticos saber la hora de lo que inevitablemente habrá de venir. ¿Acaso la rebelión de las vacas?

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