El origen de la vida en la Tierra

El origen de la vida en la Tierra

Por Osiris de León

El ser humano siempre se ha preguntado, y continuará preguntándose, dónde y cómo surgió la vida en este planeta Tierra que es único con vida en nuestro sistema solar, y donde cada hipótesis depende de cada ángulo visual particular: religioso, científico, evolucionista, externalista, etc, sobre todo porque nacimos y crecimos en una sociedad donde nuestra madre Iglesia nos enseña, como un dogma de fe, que Dios hizo al hombre a su imagen (Génesis 1:27), aunque el papa Francisco, al disertar en la Pontificia Academia de Ciencias aclaró lo siguiente: “Cuando leemos en Génesis el relato de la Creación, nos arriesgamos a imaginar a Dios como un mago, con una varita mágica capaz de hacerlo todo. Pero no es así. El Big Bang, que en nuestros días se coloca como el origen del mundo, no contradice el divino acto de creación, sino que lo requiere. La evolución de la naturaleza no contrasta con la noción de la Creación, pues la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan”, siendo esta la primera vez que un papa se coloca en una magistral posición intermedia entre la ciencia y la fe, donde la fe nos enseña lo que ocurrió y la ciencia nos explica cómo ocurrió.

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Y es que al principio tuvo que ocurrir una gran explosión estelar (Big Bang) a partir de la cual el fino polvo mineral estelar, principalmente silicatos (moléculas de silicio y oxígeno) y elementos metálicos, así como los gases resultantes de la explosión, se dispersaron por los confines del universo hasta reagruparse donde las condiciones ambientales lo permitieron, dando origen, hace 4,567 millones de años, a este planeta Tierra, el cual, al enfriarse en su borde exterior, gracias a la transferencia de calor (termodinámica), formó una sólida corteza rocosa exterior, la que aisló el núcleo interior y lo mantiene a temperaturas superiores a los 5,500 grados Celsius, temperaturas suficientemente altas para mantener altas presiones internas que obligan a los minerales a mantenerse derretidos y en permanente intento de migrar desde zonas internas de altas temperaturas y altas presiones hasta zonas externas de bajas temperaturas y bajas presiones, lo que se logró a través de grietas en las franjas más delgadas de la corteza terrestre que terminaron convertidas en volcanes que facilitaron la salida de lava (rocas derretidas), cenizas muy finas y ricas en elementos esenciales para la vida (sílice, sodio, calcio, potasio, magnesio, aluminio, hierro, cloro, fósforo, manganeso, cobre, yodo, zinc, selenio, etc), y gases fundamentales (vapor de agua (H2O) en un 75%, dióxido de carbono (CO2), dióxido de azufre (SO2), sulfuro de hidrógeno (H2S), ácido clorhídrico (HCl), ácido fluorhídrico (HF), metano (CH4), monóxido de carbono (CO), óxidos nitrosos (NO2), amoníaco (NH3), ácido sulfúrico (H2SO4), helio (He), hidrógeno (H2), radón (Rd), etc.

De lo anterior queda claro, al menos para los geólogos, que el agua original, esencial para la vida, nunca vino en pequeñas cantidades desde el espacio exterior, en cometas y asteroides como planteaba la NASA, porque la molécula del agua (H2O) no se automultiplicó para formar los mares, sino que el agua salió del interior de la Tierra en forma de vapor a través de erupciones volcánicas primarias, vapor que se elevó y se acumuló en la troposfera, donde gracias a bajas temperaturas se condensó y formó gotas gruesas que al ser atraídas por la fuerza gravitacional cayeron en forma de lluvias que formaron ríos cuyas aguas corrieron cuesta abajo y se acumularon en depresiones topográficas de la superficie terrestre y formaron los mares dulces iniciales, mares que al continuar un repetitivo ciclo hidrológico de evaporación por radiación solar, condensación en altura, y precipitación a tierra, concentraron altos niveles de cloruro de sodio (NaCl) y cloruro de potasio (KCl), porque los minerales no se evaporan, y así se salinizó el agua de mar.

Ese mar primario también absorbió altos niveles de dióxido de carbono (CO2) volcánico que lo sumó al óxido de calcio (CaO) y lo convirtió en carbonato de calcio (CaCO3), creando un ambiente calcáreo de aguas calientes, poco profundas, salinas, ricas en carbono (C), hidrógeno (H), oxígeno (O) y nitrógeno (N), que bajo radiación electromagnética solar, y bajo descargas eléctricas por tormentas, reaccionaron con polvo de cenizas volcánicas ricas en sílice, aluminio, sodio, calcio y potasio (arcillas) que se encontraban a orillas de los mares y así se formaron, hace 3,500 millones de años, pequeños organismos unicelulares calcáreos, desorganizados y sin núcleo, denominados estromatolitos procariotas.

Esas primeras bacterias procariotas se originaron a partir del polvo mineral (barro) enriquecido por carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno (Génesis 3:19: polvo eres y al polvo volverás), bacterias que 2,900 millones de años atrás evolucionaron a organismos unicelulares organizados y con núcleo, como hongos y protozoarios, denominados eucariotas, algunos de los cuales, al contener clorofila, como las cianobacterias, sintetizaron fotones de la luz solar (fotosíntesis), y esa energía electromagnética la transfirieron a moléculas de agua (H2O) y a moléculas de dióxido de carbono (CO2) tomadas del aire, para formar carbohidratos (azúcares) y liberar el oxígeno molecular (O2) residual que, junto al agua, permite la vida, pasando luego a organismos multicelulares agrupados en plantas y animales.

Todo lo anterior tiene más sentido lógico que la hipótesis de que la vida en la Tierra tuvo un origen en meteoritos y asteroides que vinieron del espacio exterior y trajeron moléculas de vida en su interior, porque la temperatura de fricción por ingreso a la atmósfera puede alcanzar los 2,000°C, la que calcinaría toda vida presente en un meteorito.

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